Joaquina: Vamos a mirar dentro suavemente. Vamos a mirar cómo nos va la vida afectiva. Si tenemos pareja, si somos capaces de mantenerla, si podemos amar a una persona, aunque no nos quiera…
Jon: ¿Aunque no nos quiera?
Joaquina: Cuando yo era pequeña escuché una conversación de mi madre con una vecina. La vecina sostenía que uno se acaba cansando de la pareja. Que al principio había muchas sirenas y muchos pájaros, pero cuando pasaba un tiempo los pájaros dejaban de existir. Mi vecina y mi madre eran los detractores de mi felicidad. Yo no entendía que dos personas que estaban juntas podrían tener la cualidad de cansarse, y de que el tiempo diezmara su interés. Me parecía como de locos. La primera pregunta que hice fue: “Mamá, ¿tú estás cansada de papá?” Se hizo el silencio “Hija, no es como al principio” conclusión que saqué: sí. Luego seguí con la vecina: “Marga, ¿usted está cansada de Segundo?” Más silencio. “Joaquinita cómo eres…” Mis ojos, que siguen siendo igual, esperando respuesta. “Hija, comprende, la vida pasa, no puede ser siempre igual” Y yo contesto: “Claro que no es igual, porque usted ve a Segundo por la noche, y cuando es por la mañana, es un día nuevo, y usted cuando le ve tiene que darse cuenta de que ya no es igual” No dijo nada, claro. Mi padre me parecía diferente las 24 horas del día. Y te hago la pregunta. Es imposible que me veas hoy igual que me veías hace 21 días. Tengo 21 días para aprender, tengo 21 días para disfrutar, tengo 21 día para sentarme contigo y que veas que algo ha cambiado en mi. Porque sino sería horrible. Imagínate que en 21 días te cuento lo mismo, y no te agito el espíritu, y no te hago pensar qué haces en el mundo.
Jon: No solo sería horrible, sino que, conociéndote, sería imposible.
Joaquina: Con los años que tengo no me he aburrido ni un solo día. Otra cosa que nos tenemos que plantear. El ego nos dice que el amor existe, pero que es aburrido. El ego nos dice que tenemos la felicidad… y si tenemos la felicidad y tenemos el amor, ¿qué nos hace estar aburridos? Hay algo en el medio, y ese algo es el criminal en serie que llevamos dentro. Nos dice todos los días las cualidades que tenemos, para dos pasos después decirnos lo que no.
Jon: ¿Puedes poner un ejemplo?
Joaquina: Hoy he tenido un momento con una compañera de trabajo. Le he dicho una serie de cosas que pensaba, y cuando se ha ido la persona, de pronto viene el ego: “Joaquina, se lo podrías haber dicho de otra manera. Lo que le has dicho era totalmente correcto, pero igual se lo tendrías que haber dicho de otra forma” Al rato no sabía si la culpa era de la persona o era mía. El follón estaba dentro de mí. ¿No te pasa?
Jon: Sí, claro que si. Algo que hago y parece bueno, dos pasos después me paro a pensar si no me he equivocado. Hago algo con buena intención y el resultado es nefasto.
Joaquina: Ese es el criminal en serie que llevas dentro. Hay dos campos importantes donde se produce el criminal interno: el sexo, o lo que son los afectos, y el poder. Son las dos cosas más tremendas. También me he encontrado con personas que la dificultad la tuvieron en lo intelectual, y en lo social. Cuando la dificultad ha sido en lo intelectual o en lo social, la dificultad ha sido en el colegio y no en la familia. Cuando la dificultad está en lo afectivo o en el poder, ha sido en casa.
Jon: Los asesinos en serie reales, con muertes, suelen estar en los afectos o en el poder. Sin embargo, por ejemplo, en Seven, o El silencio de los corderos, son películas donde el protagonista tiene el problema en lo intelectual o en lo social.
Joaquina: Cuando la persona tiene la debilidad o se muestra en la parte social, es algo que vivió en el colegio, y si es en los afectos o el dinero, normalmente la dificultad está en casa con la madre o el padre. Normalmente.
Jon: Hay una maravillosa película con Bárbara Streisand y Nick Nolte, El príncipe de las mareas, donde creo que se ve claramente el problema con la madre.
Joaquina: Sí, ahí se ve la destrucción de la persona a través del criminal en serie que lleva dentro. Y en El silencio de los corderos, el criminal externo. Cuando hay una estrategia, cuando la cosa no es impulsiva, suele ser con lo intelectual o social. Cuando el tema es más afectivo tiene que ver con la familia. Lo importante es que tenemos dos detractores reales, pero uno es el que domina realmente. El detractor que yo veo permanentemente y que el ego me la juega siempre, te puedo decir que es en lo social.
Jon: ¿Y has entendido por qué?
Joaquina: Creo que si. Si yo tengo un desarrollo intelectual como el que tengo, investigo, me tiro horas… pues debería estar en la calle, que me escuchasen, con un representante, por el mundo… un esfuerzo que no me apetece. Todos somos seres de luz, cuando ponemos una parada, es la oscuridad. Cuando estamos sintiendo la llamada a la pareja, estamos sintiendo la llamada a la entrega, a que ya es el momento, y lo paramos, nos llega la enfermedad, o se va anulando todo. Vas anulando tu éxito profesional, vas anulando tu éxito social… vas anulando para que tengas que tomar medidas. El ego es muy astuto, mi intelecto tiene millones de ideas, te prepara y luego te boicotea. Mira a tus amigos, a tus colegas, a tu hija… mira la maravilla que hay detrás de todos ellos y cómo se va destruyendo. Sin darse cuenta, la agresividad, la ira… Un director que podría tener un éxito total de pronto destruye a todo su equipo. Piensa más allá de tu comodidad, piensa en otra persona para que te des cuenta de que lo que te estoy compartiendo es una realidad tan absoluta, y tan dolorosa que, o metemos mano en el tema o el mundo se nos va de las manos.
Jon: Veo que el cambio tiene que ser por cada persona. Eso hará el cambio grupal, pero primero siento que tengo que hacerlo yo.
Joaquina: Efectivamente, no vale decir que cambie el de al lado. O el mundo empezamos a moverlo nosotros o no hay nada que hacer. Claro que existe el criminal de grupo que es la amputación absoluta de la sensibilidad hacia el pobre, hacia la honestidad, hacia la integridad. El mundo tiene únicamente dos dolores: sexo y dinero. Esas son las amputaciones del mundo, su criminal interno. Luego eso repercute en la sociedad, en el intelecto y en todos los sitios.
Jon: ¿Cuál es el juego diabólico en ti?
Joaquina: El ego me dice: “Joaquina, ¿qué hay para ti más importante que las personas?” Nada. Lo único que les puedo dar a las personas es lo que tengo: ideas, compartir mis desarrollos y mi investigación. Ahí está el follón. Puedo coger una persona, puedo cogerte a ti y compartir. Eso es lo que hice durante muchísimos años. Yo compartía persona a persona. Ese compartir era exquisito para mi. Y entonces llegaste tú y otras personas y me dijeron: “Pero Joaquina, ¿por qué no compartes tus conocimientos? “Estupendo” dije yo. “Somos un grupito de 16 o 17”. Genial venir aquí, esto es manejable. El primer día vinieron 75 personas. Eso empezaba a no ser manejable. Lo que hice fue sentar a los 75 en unas sillas, sacar un mamotreto de papeles enorme, ponerme delante de ellos durante 2 horas y decirles todo lo que había investigado sobre un montón de cosas. Salí de la sala y me dije: “Yo ya he cumplido”
Jon: Me acuerdo perfectamente y entonces te dijimos que ahora sabíamos todo lo que tú sabías, pero no sabíamos cómo lo sabes.
Joaquina: llega un momento en el que el propio intelecto llega a decir: Quizá deberías hacer… y desarrolla más ideas que te ponen en riesgo. Esa es la cuestión. No es que el intelecto esté antes o después, sino que hay una tensión entre lo que te da felicidad y las implicaciones que conlleva seguir el camino.
Jon: Recuerdo hace unas semanas estabas dando un curso, y en primera fila había una mujer que obviamente no quería estar allí, y lo mostraba en su cuerpo, en su expresión… Me encantó tu reacción para con ella.
Joaquina: Sí, ahí estaba la lucha. Por un lado, mi intelecto me dijo: “qué bien, ahora la puedo preguntar, dándole la oportunidad de despreciarme” Entonces aparece la parte social que me dice: “No la toques, no la molestes” etc. Entonces, el intelecto que quiere ayudarla, y la parte social que dice: “No intervengas, sé políticamente correcta” Y ahí estaba la pelea.
Jon: Y ¿por qué en vez de fijarte en ella te fijaste en cualquier otra persona de las que estaban encantadas contigo?
Joaquina: La persona me dice: “Es que he venido obligada” El intelecto te la juega para que, en un momento dado, hagas la gran luz o hagas la gran estupidez. Siempre tenemos la oportunidad de la gran luz o de la gran estupidez. Piensa en alguien que se haya ido de tu vida, y que no esté vivo. Y te darás cuenta de que en ese momento estaba tomando decisiones. Mi padre, 59 años. Mi padre sentía la mar como su vida, y como asturianos que somos, la tenemos cerca. El cogía su coche, y antes de llegar a casa después del trabajo, siempre iba a ver la mar. Se ponía en el malecón, miraba la mar y sus ojos proyectaban la vida. En aquel lugar, en aquel sitio, él querría estar. Siempre su cabeza estaba en algún sitio donde él podría estar. Uno de estos días, tuvo un accidente de coche y desapareció de mi vida. No se puede vivir con una mente privilegiada como él la tenía, encerrado en un lugar donde no la puedes practicar. Su intelecto, absolutamente sobresaliente, y su necesidad de estar cerca de su familia, eran su gran lucha. Estaba casado con la mujer que más amaba en su viuda, que jamás se hubiera movido de donde estaban. Él se movía yendo a la mar, y desde ahí miraba. Hasta que su propio sistema no lo pudo soportar más. Era mucho más fácil el calvario de vivir todos los días mirando a la mar, que encontrarse todos los días con el dilema: o la mar, o ella. Y lo que encontró fue la muerte. Ese es el punto. Hay un momento donde decides que ya no más. Eso no quiere decir que tu cuerpo desaparezca. Quiere decir simplemente, que algo que podría ser deja de existir. El trabajo que podrías tener, el éxito que podrías cosechar. El día que se va la ilusión, y a mi padre se le fue la ilusión, es el día donde te das cuenta de lo que tu eres ya no lo puedes poner en práctica donde trabajas, porque ya no le interesa a tu compañía. Ya tienes 59 años y no te dejan explorar más allá. Y ahí es donde tú saciabas tus necesidades. Él llegaba a la empresa y ahí saciaba todo su intelecto y todas sus capacidades. Pero llegó un momento donde la empresa tampoco le necesitaba, y donde no iba a marchar porque esa mujer era más grande que su marcha. En ese espacio donde existen esas dos luchas, hay un momento donde dices “ya no, ya no más” Y cuando recuerdo personas que se han ido, en todos los casos me encuentro con la misma situación: “Ya no más” y a veces llega un cáncer que te da la opción de “todavía sí”, pero tienes que hacer el cambio.
Hay un libro, El poder está dentro de ti, con el caso de una mujer que sufrió una historia de sodomización sexual brutal, y cuando entró el cáncer dijo: “esto no va a poder conmigo” y superó su situación. Su criminal asesino le había llevado hasta ese punto y lo superó.