276 Domingo de resurrección

Paseamos bajo el cabildo de columnas toscanas de la iglesia de Santa María, en Luanco. Su sobriedad exterior, volcada sobre el Cantábrico nos agrada y el recurrente tema religioso invade nuestra conversación.

Jon: ¿Qué nos hace a los seres humanos estar permanentemente pensando que necesitamos una cruz y que, además, después de haber vivido esa cruz necesitamos todavía sentirnos culpables o castigar a alguien?

Joaquina: . Es para mí totalmente incomprensible. No puedo comprender cómo una civilización tan progresista, un mundo tan diferenciador, se llena en Semana Santa de fiestas y de dolor para celebrar la liberación de la culpa. Imagínate que se muere alguien, y estás en el tanatorio contemplándole en la caja. Todos sus seres queridos están ahí, y de repente, se levanta y dice: “hola, no estoy muerto, estoy vivo”. Si eso sucediera convertiríamos ese día en el gran día para recordar que falleció alguien que no se murió. Tiene que haber algo detrás de todo esto. Yo creo que en esa fiesta, en esa macrofiesta de la cruz, tiene que haber una inmolación permanente de algo que nosotros consideramos que es castigable, o de algo que consideramos que se merece todo ese dolor.

Jon: Nosotros celebramos el discurso humano de Jesús, y llega un punto en el que decide que su vida tiene sentido porque va a salvar al hombre, y propicia su muerte en la cruz…

Joaquina: Muere en la cruz porque va a resucitar, creando así el mito de esta civilización, independientemente de que creamos en Jesús o no creamos en Jesús. Si nosotros tenemos el mito de la muerte, tenemos el mito, también, de la resurrección. ¿Qué nos hace a los seres humanos estar durante miles de años hablando de la muerte de Jesús, cuando dice que resucitó?.

Jon: ¿El sentimiento de culpa por haberle matado?

Joaquina: No sé, pero lo que sí me planteo es que esa es la vivencia cotidiana de casi todos nosotros: yo he hecho algo hoy y vivo en la cruz de la culpa permanentemente. Es imposible que, si me siento culpable, no piense que me van a castigar. Lo que yo estoy buscando es mi cruz personal, y no tengo tan claro que vaya a resucitar.

Jon: Creo que, en parte, somos fruto de nuestras creencias. Desde que nacemos nos han explicado que si haces algo mal, te tienes que culpar por ello. Por lo menos en esta cultura judeocristiana.

Joaquina: Bien, tú eres cristiano, ¿cuántas veces has oído que no mientas, porque vas al infierno?

Jon: Muchas.

Joaquina: Como alguna vez habrás dicho alguna mentira, quiere decir, que te tomas lo que dicen los cristianos a tu gusto y manera. ¿Y te dijeron que no te acostases porque era impuro? Pero te acostaste.

Jon: Si, lo superé.

Joaquina:  Lo cual quiere decir que estás cogiendo la situación a tu gusto. Quiero que te des cuenta de que mientes, te acuestas… y fantástico, sin embargo, la cruz no sale de tu vida. Me acuerdo que Sor Inés nos decía “si besas en los labios te quedarás embarazada”. Mi conclusión te la puedes imaginar, yo veía que mi padre y mi madre se besaban y no nacía nadie, o sea que aquella cosa no funcionaba. “Estos dos son estériles, pero seguro que si yo beso, me quedo embarazada”. El caso es que todas las cosas que te dicen, te las vas planteando y las vas eliminando, pero esta no la eliminamos. El mundo cristiano sigue celebrando la Semana Santa y no se celebra la resurrección.

Jon: ¿Para qué está siendo útil este mito de “yo tengo que ser castigado con la muerte cada vez que hago algo mal”?

Joaquina: Tu lectura nos lleva a una doble visión: ¿Para qué necesito crucificar a todos aquellos que me han hecho daño y, además, no los resucito? Eso es lo fuerte, no hay ninguna persona que se precie como persona, que realmente haya conseguido olvidar de una forma absolutamente intencionada y liberadora el daño que otro le ha hecho. De una forma liberadora, de una forma absolutamente entregada. ¿Te permites aceptar que alguien no te ame?. Tú, todo inundado de amor, y entiendes que esa persona no te ame. Ante una ofensa, ¿te planteas que ha sido un error y que en realidad no querían hacerte daño?. ¿Aceptas la envidia, la agresión, el abandono, la ruina, sintiendo que son pruebas de la vida y no más?.

Jon: Me estás diciendo que en realidad no es que nos culpemos sino que no queremos dejar a los demás impunes de castigo ante lo que osan hacernos. Y lo que vamos haciendo es acumular odio. ¿Qué nos lleva a no liberarnos del odio?.

Joaquina: En realidad es porque nos sentimos dioses. Dioses en un reino o en un cielo equivocado, pero si no permitimos que alguien no nos ame, porque pensamos que nos lo merecemos, si no permitimos que nos abandonen, porque pensamos que las cosas tienen que estar donde nosotros queremos, es porque hay algo mucho más oscuro de lo que podemos pensar, tenemos que saber qué es. Tenemos que encontrarlo. No tiene sentido que en el principio y en el final de las circunstancias, lo que nos encontremos es que el hombre está paralizado, que no sabe perdonar, y el perdón es la resurrección. La resurrección absoluta a cualquier situación. ¿Qué nos hace a las personas vivir permanentemente en el rencor, en el resentimiento, en la paralización, en el no crecimiento?.

Jon: Me suena de algún curso que hablaste de cinco supuestos…

Joaquina: El hombre, lo primero que quiere tener es confianza y para tener confianza busca un poder. Si tengo poder, tengo confianza. Independientemente de que creas que es una palabra ajena a ti, el hombre tiene confianza cuando tiene poder. El poder que sea: el de decisión, el poder de hacer lo que quiere, poder económico, poder fáctico, el poder de decidir… El hombre, cuando realmente tiene confianza y tiene poder, ha hecho su primer paso en la vida. Puedes llegar a la conclusión de que “yo no perdono cuando me quitan el poder”. Para mí es muy importante sentir el poder, sentir que puedo hacer lo que quiero. Cuando me lo quitan odio.

Jon: El segundo supuesto…

Joaquina: Además de tener la confianza y de tener el poder, lo que necesita, inmediatamente, es la aceptación de los demás, que es el prestigio. Yo no solamente quiero que me quieran y tener la confianza, además, quiero la confirmación, la condescendencia de los demás hacia quien yo soy. Yo quiero tener el poder, pero, además, quiero tener el prestigio. No quiero tener sólo poder, que es mío, sino que quiero que me lo reconozcas. Y quiero estar ahí, y que me lo compartas. Y quiero jugar contigo al mismo juego y que nuestra relación sea compartida. En el poder estoy yo y en el prestigio estamos nosotros.

Jon: El tercer supuesto…

Joaquina: Además de tener prestigio, el hombre quiere tener conocimiento. Y además de tener conocimiento, lo que quiere es que ese conocimiento que está planteado, haga cambiar la conciencia de los demás. Quiere ser elevador de las conciencias. Mi conocimiento le tiene que servir al otro, porque mi conocimiento es muy bueno. Es decir, no sólo tienes conocimiento, sino que quieres que los demás aprendan de tu conocimiento. Quieres ser cambiador del mundo y cambiador de las circunstancias del mundo. Cuando te levantas a decir lo que sabes quieres que, además, el otro se sume a ello.

Jon: El cuarto supuesto…

Joaquina: El hombre necesita tener una expresión movilizadora, quiere que lo que él expresa, haga que las masas se muevan hacia donde él está. Es un poco como ser líderes. Ya no solamente es que sé, sino que, además, yo te lidero y te vienes conmigo.

Jon: El quinto…

Joaquina: El hombre necesita, por encima de todas las cosas, la  libertad. La libertad para recibir todo lo que él quiere. La libertad de los éxitos. Una persona que no tiene éxito, no tiene libertad. La libertad de que todo lo que yo necesito, lo tengo, y que el resultado es óptimo para mí. La libertad de los resultados.

Jon: Entonces el camino es que te vas quedando, desde tu soledad máxima de poder en exclusiva, hasta darte cuenta de que los demás no te quieren como te gustaría, hasta después encontrarte con que tu conocimiento no es válido, no vale lo que opinas, tu opinión no es la única sino que hay opiniones compartidas. Que te expresas pero que el otro no se mueve, no va detrás de ti. Hasta el punto máximo de que no tienes libertad cuando no has conseguido las cosas anteriores. Esta libertad está hipotecada por cualquiera de las otras cosas que has visto anteriormente.

Joaquina: El caso es que si te falta cualquiera de estas cosas, o te sentimos agredido en ellas, inmediatamente estás maniatado por el rencor. No tengo poder, porque me lo quitan, no tengo prestigio porque no me aceptan, mis conocimientos no son válidos porque el otro tiene la razón, no me puedo expresar porque me bloqueo, en realidad no tengo libertad porque los demás no me dan la libertad, me poseen, no me dejan hacer lo que yo quiero.

Jon: Un punto de vista un tanto egocéntrico.

Joaquina. Claro, porque si miras esto desde un lado, tienes que mirarlo desde el otro lado.  ¿A quién le quitas el poder?. ¿A quién no le das el prestigio que merece?. ¿A quién no le das la cualidad de que su conocimiento sea válido para ti? ¿Qué persona se expresa y no vas tras ella? Porque, te guste o no, piensas que tú tienes derecho a ello y, al otro, se lo concedes si quieres. Quieres recibir sin dar.  Y ahí se genera el primer espacio de conflicto. Si te planteas por un instante ¿qué te lleva a estar en el rencor o en la cruz o en el dolor, o en la culpa?: Casi seguro que llegas al convencimiento de que estás esperando algo de los demás que ni siquiera sabemos cómo entregarle al otro. Cómo darle la libertad al otro, para lo que necesita, cómo permitirle que sea libre.

Una vez más lo que está dentro está fuera y lo que espero del otro no lo entrego yo. Hemos pasado al interior de la iglesia. Como suele pasar, bajo la bóveda de crucería el interior es más barroco, con un retablo del XVIII mucho más retorcido que esa elegancia de la piedra cruda que muestra la fachada.

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