270 ¿Somos idiotas?

Joaquina: Nos levantamos por la mañana con una visión, y acto seguido aparece una creencia limitadora: “No voy a poder, me voy a encontrar con bloqueos” O bien queremos llegar pronto a la oficina, e inmediatamente pensamos: “Va a haber caravana” ¿Cómo puede decirse alguien por la mañana “Hoy quiero pasármelo bien” y luego no puede hacerlo? ¿Cómo podemos decirnos: “Te quiero para toda mi vida, pero no sé si podremos estar toda la vida juntos” o “Quiero ser rico, ¿pero sé que no voy a conseguir el trabajo que necesito”? ¿Acaso somos idiotas? ¿Cómo podemos estar diciéndonos todo el tiempo quiero y no puedo? 

Jon: La verdad es que es una tortura.

Joaquina: Sí, porque no hay ninguna mente lógica que lo pueda soportar. Los animales no lo hacen. Pero nosotros cercenamos media parte de nuestro cerebro. Machacamos el centro calloso, que es el lugar por donde pasan todos nuestros sistemas.  Si quiero llegar pronto a la oficina, ¿voy a salir a la hora de la caravana? ¿Cuál sería aquí el contravalor?

Jon: Que soy un perezoso y que no me levanto porque creo que va a haber caravana. 

Joaquina: ¿Y con qué nos quedamos?

Jon: Con las dos cosas, con el “sí” y el “no”: “Quiero ir pronto y hay caravana”

Joaquina: Eso es lo que estoy viendo todo el día. Ahora bien, si me levanto dos horas antes, no hay caravana, así que, si quiero llegar temprano, tengo la solución.

Jon: Y, sin embargo, preferimos quedarnos en esa contradicción. ¿Por qué?

Joaquina: Nuestra misión no se cumple porque no encontramos la solución. Y no la encontramos debido a que estamos en el contravalor, que es lo que no trabajamos. “Quiero que mi hija me quiera mucho”, y luego nos pasamos el día machacándola y no dejándole hacer lo que quiere. ¿Qué hay aquí? Lo que hay es un “No confío en mi hija”.  ¿Pero nos decimos eso? No, lo que nos decimos es: “Es que no me hace caso, no entiendo lo que pasa”. Y sin embargo no nos trabajamos la desconfianza.  No nos trabajamos el meollo de la cuestión, pues “Quiero a mi hija y desconfío de ella” no pueden estar juntos por más que una madre no lo crea.

Jon: Deduzco entonces que deberíamos trabajar las creencias, y jamás el contravalor.

Joaquina: Hay un elemento que debemos descubrir, que es el que destruye nuestra visión, y que hemos colocado ahí porque nos aterroriza todo el trabajo que conlleva llegar pronto a la oficina, ser estupendos, etcétera. Imagínate que tu contravalor es tener que ser bueno. Si es así, ¿pensarías que eres bueno?

Jon: No.

Joaquina: Imagina también que tu valor es la bondad. Y te pregunto: ¿Qué creencia limitadora tienes ahí? ¿Qué crees que pasa con la gente bondadosa? ¿Qué mal piensas que le puede suceder a la gente muy buena?

Jon: Los bondadosos no están a su servicio, sino al de los demás.

Joaquina: Analiza tu vida. ¿Es así?

Jon: Sí. Siempre acabo traicionando mis intereses personales…

Joaquina: ¿Qué pasaría si no estuvieras al servicio de los demás? ¿Qué perderías?

Jon: El buen concepto sobre mí mismo.

Joaquina: Lo cual quiere decir que cercenas el 50 % de tus posibilidades en el mundo, que son saber decir “no”. Estás hipotecando tu vida en aras de ser aceptado, de que los demás te vean bueno. ¿Estás de acuerdo?

Jon: Es duro.

Joaquina: Llevamos toda una vida diciendo “no” a cosas que queremos decir “sí” y “sí” a cosas que queremos decir “no”, y normalmente pensamos que es el espacio de fuera el que nos lleva al conflicto. Sin embargo, no son los demás los culpables, somos nosotros, y por eso yo lo que quiero en esta vida es que sepamos que el autoconocimiento son mil canciones sonando en el corazón, porque no hay nada más liberador que darnos cuenta de eso. Sólo si entendemos este circuito vamos a ser capaces de cambiarlo. Y si hemos visto que el valor y el contravalor no se pueden cambiar, tendremos que empezar a trabajar en el terreno de las creencias descubriendo la verdadera creencia que hay detrás, y qué apoya esa creencia.

Jon: Yo pienso que el mundo se cambia con la inteligencia, y ese es mi valor. ¿Cómo trabajarías conmigo?

Joaquina: Ese valor no lo puedo tocar, tan sólo lo puedo reconocer y disfrutarlo para afianzarlo. Por tu parte, el contravalor solo lo podemos reconocer y aceptar, pero tampoco podemos tocarlo.  La creencia que tienes sí la puedo trabajar. ¿Cuál es esa creencia?

Jon: Que si me pongo emocional me volvía torpe.

Joaquina: Esa creencia la trabajaría no obligándote a aprender de los demás, porque eso sería tocarte el contravalor. Y si te abordo desde el coaching tradicional seguro que te enrocas. No te puedo tratar desde el conflicto, sino desde la solución. No puedo decirte tampoco que razones, es decir, no puedo abordarte con un planteamiento del tipo: “¿Conoces a alguien emocional que sea inteligente?”, porque no te interesa saber si la gente emocional es inteligente. No te interesa porque si es inteligente entonces pensarás que no eres emocional. Ese es tu esquema mental, y siempre vas a razonar desde ahí, por tanto, no hay que tocarlo.

Jon: Échame a los leones, soy un caso perdido.

Joaquina: Estás ahora en un mundo de búsqueda, con los ojos tapados, buscas tu verdad y no puedo destaparte los ojos. Te los tiene que destapar tú.  Me parece muy bien tu creencia, pues seguramente responde a tu decisión de no combatir contra lo que no puedes. Cuéntame cómo has llegado a esa conclusión.

Jon: Creo que la inteligencia, las facultades cognitivas y la razón pueden cambiar el mundo primero porque históricamente nadie lo ha hecho desde ningún otro lado, y los que lo han hecho desde otro lado lo han hecho manipulando las emociones. Creo que el mundo y los grandes líderes, cuando han sido emocionales, sí que han conseguido cambios, pero no han sido nunca cambios duraderos. Esto en la parte social. Personalmente, creo que las personas solo podemos cambiar con la intención de cambiar. Se puede jugar, pero al final hay un proceso lógico, y debemos llevar ahí nuestra inteligencia para que ese proceso lo entendamos y lo podamos aplicar. Obviamente, muchas veces me doy cuenta de que la inteligencia puramente conceptual no es efectiva desde el punto de vista comunicativo, y por eso la emoción puede ser interesante para apoyar esa inteligencia, pero sin inteligencia sería un proceso vacío.  Un orador puede subirse a un estrado y hacer que la gente se emocione y llore, pero si sólo hay emoción al día siguiente nos despertaremos como si nada hubiera ocurrido, sin que se haya producido ningún cambio. Pero si el orador explica un proceso inteligente que entra en nuestra parte inteligente y nosotros comprendemos el concepto que hay detrás y entendemos la lógica, entendemos las ideas, ahí es cuando vamos a cambiar.

Joaquina: -Te agradezco mucho tus palabras.  Quiero retomar lo que acabas de decir porque me ha parecido muy inteligente.  He entendido, y espero no estar equivocada, que tu conclusión es que la inteligencia acompañada de la emoción es la que llega a las personas, pero que es la inteligencia la que lo está rigiendo. Con todo, has reconocido que esa emoción es la que está permitiendo que conecte con los demás. ¿He entendido bien?

Jon: Sí.

Joaquina: Estoy totalmente de acuerdo contigo en dos cosas importantes: que tú has llegado a esa conclusión porque la vida te ha llevado a ello, y que yo he llegado a la conclusión de que, si no hay emoción, si no hay un cambio químico, la inteligencia se convierte en árida y solitaria, pero que sin inteligencia y sin emoción no hay transmisión. Te agradezco infinitamente que lo hayas reconocido. 

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