Joaquina: Transformemos el mundo desde el terreno desde donde se puede cambiar. Entremos en el terreno de la conversación, donde es posible el intercambio de ideas, donde todos los ideales son válidos, donde nos acercamos a las creencias de los demás sin devaluarlas desde el prejuicio. Es más: hagamos posible un mundo donde el violador pueda hablar al lado del que no viola, donde el que asesina pueda estar al lado del que no asesina, donde al que le gusta la tecnología pueda estar al lado del que le gusta la música. No expulsemos a nadie, y que eso no signifique que nos veamos obligados a adoptar sus valores y creencias. A lo que apelo es al respeto incondicional. Si queremos que alguien deje de matar, tenemos que entrar en el terreno del consenso y la tolerancia, nunca en el terreno de que nuestro ideal es que no se mate, la no guerra, pues entonces haremos la guerra en nombre de la paz, lo cual no tiene ningún sentido. Lo que sí tiene sentido es dialogar con el ideal del otro y ver qué le llevó a la guerra, o a tapar su rostro, o a comerse a otro ser humano. Yo no puedo entender qué le lleva a alguien a comerse a otra persona, puesto que no me he comido a nadie, y debería tener la humildad de reconocerlo en lugar de censurar una práctica que no sé qué puede procurar.
Jon: Un poco extremos tus ejemplos ¿no?
Joaquina: Lo sé. Vamos a verlo en una situación cotidiana. Si por ejemplo en una pareja uno de los miembros siempre tiene prisa y el otro va muy lento, y ambas actitudes son fuente de conflicto, tendremos que consensuar conversando. Tendremos que partir no de “es que tú tienes más prisa y yo tengo menos”, sino de “si queremos hacer algo juntos, tenemos que plantearnos que la prisa no existe y que la lentitud tampoco; existe el tiempo, y el tiempo hay que manejarlo no como lo entiendes tú ni como lo entiendo yo, sino como se da”. También tendremos que entender ahí nuestros “yo no puedo ir tan rápido” y “yo no puedo ir tan lento”; tal vez alguna de esas dos afirmaciones sea un contravalor, pero debemos empezar por dialogarlo en lugar de por reprocharle al otro su conducta.
Jon: ¿Cuáles son los grandes contravalores?
Joaquina: El tiempo, el sexo, el dinero, el poder… En realidad, todos los contravalores pueden resumirse en dos: el reconocimiento y la aceptación. El reconocimiento refiere a que reconozcan lo que hacemos porque nosotros no nos reconocemos, y la aceptación es la necesidad de que nos acepten los demás porque nosotros no nos aceptamos. Vivimos en un embudo, en una cárcel que nos hemos fabricado nosotros. Como no nos gusta profundizar, creemos que son las circunstancias de la vida las que nos arrinconan, y cuando queremos darnos cuenta estamos sumidos en una profunda crisis de la que nos cuesta salir, y con la que es posible que nos destruyamos. Si obedecemos a nuestro ideal, nos será más fácil lograr lo que nos proponemos, pero si le abrimos la puerta al contraideal, nos arruinaremos la vida.
Jon: Turgot planteaba retos muy interesantes. Él decía que “el mundo es enigmático, y cuando el hombre comienza a buscar la verdad se encuentra en medio de un laberinto donde entra con los ojos vendados” Turgot nos recuerda que cuando el hombre se empieza a buscar no se ve.
Joaquina: Todos buscamos la verdad con los ojos vendados; ahí somos iguales, si bien no buscamos la misma verdad. Deberíamos darnos cuenta de que el mundo entero está con los ojos vendados porque está buscando la verdad, y no debemos tratar de quitar ninguna venda. Tan sólo debemos acompañar al otro, y ya se quitará él la venda cuando sea oportuno. Sin embargo, normalmente lo que tratamos de hacer es lo contrario: tratar de quitarle la venda a quienes nos rodean; pensar que el otro tiene que ver tal como vemos nosotros, que también llevamos una venda.
Jon: Si nosotros también llevamos una venda, ¿cómo nos permitimos darle las respuestas al otro? Teniendo además en cuenta que el otro tiene una venda puesta con una intención distinta a la nuestra, y que por tanto la verdad que tiene que encontrar es diferente.
Joaquina: Cada uno tenemos un camino distinto, y eso se refleja en nuestros ideales y en nuestros contraideales. No buscamos lo mismo, ni nos destruimos del mismo modo. Por tanto, somos nosotros mismos los que debemos descubrir qué nos pasa. No podemos esperar a que otro nos lo diga. Todo lo que yo puedo hacer como profesional de la autoayuda es tratar de hacer más fácil el camino para que el otro descubra su hándicap, pero no puedo decirle qué le pasa, pues eso lo tiene que averiguar cada cual.
Jon: Después Voltaire dio otra vuelta de tuerca a la situación cuando habló sobre la tolerancia sentenciando: “La tolerancia es la panacea de la humanidad, todos los hombres estamos llenos de flaquezas y errores, razón por la cual debemos aprender a perdonarnos recíprocamente. Como dicta la primera ley de la naturaleza, la discordia es la gran calamidad que padece todo el género humano y la tolerancia hoy por hoy es su único remedio” ¿Significa eso que no podemos ser críticos?
Joaquina: Hay que ser crítico, pero si hay algo que no podemos modificar, debemos saber que todo lo que podemos hacer es aproximar posturas. Voltaire dijo que debíamos tener un espacio para decir lo que pensamos, y ese espacio tendría que ser indestructible, pues permite que le demos a los otros la oportunidad de decir aquello en lo que no coincidimos, lo que a su vez abre la puerta del aprendizaje. Poco podemos aprender si sólo atendemos a quienes dicen y piensan lo mismo que nosotros. Te dejo con estas tres preguntas para tu reflexión:
- ¿Eres de los que están batallando todos los días contra lo que no se puede cambiar?
- ¿Eres de los que no se da cuenta de que estás en un camino de búsqueda y que el otro está en el mismo laberinto que tú, y quieres imponerle tu verdad como si fuera única?
- ¿Eres de los que no dejas que los demás te digan lo que piensan?