Joaquina: Mi madre tenía para mí un contravalor muy grande cuando yo era pequeña. Yo pensaba que la mujer jamás tendría que estar cuidando a un hombre. Me parecía que yo era un ser sublime, y que no había nacido para cuidar a un hombre (hacerle la comida, lavarle la ropa, etc.). Me parecía asimismo que los hombres se debían aprender a cuidar solos. Estas eran las cosas con las que yo fabulaba de pequeña mientras mi madre se consagraba de la mañana a la noche a cuidar a mi padre. Yo detestaba que las mujeres tuviéramos que ser esclavas de los hombres. Llegó un día en el que tuvimos un gran enfrentamiento ella y yo, un enfrentamiento debido a que ella me argumentó que para qué iba a estudiar si mi vida iba a ser cocinar, limpiar y cuidar a un hombre. Yo le respondí que antes prefería estar muerta, que si yo había nacido para cocinar y fregar como ella prefería no vivir. Al final, lo que nos dice nuestro entorno y nuestra familia se acaba convirtiendo en nuestra ley, y es urgente que lo localices para poder cambiarlo, por lo que deberías de nuevo tomar el boli y el cuaderno y hacer una lista de las cosas que se han establecido en tu vida porque así lo aprendiste de tus padres, y no somos capaces de quitártelo.
Jon: ¿Entonces los contraideales son lo mismo que las creencias?
Joaquina: Los ideales y los contraideales no tienen que ver con lo que hacemos, sino con lo que somos. Están antes de la acción, y no son creencias, pues las creencias se pueden modificar. Por ejemplo, mi ideal es el autoconocimiento, y mi contraideal es que yo no tengo poder, y eso, aunque lo parezca, no es una creencia en la medida en que no puedo cambiarlo, puesto que soy esos valores. De nada serviría que alguien me argumentase en contra de ello. Los ideales es lo que somos; las creencias son lo que creemos. Las creencias mutan, podemos discutirlas y argumentar a favor o en contra. Los ideales permanecen inalterables.
Jon: Un ejemplo podría ser un ludópata, que tiene como contravalor que el juego es vida, y de nada servirá que le argumentemos en contra. Es él quien tiene que cambiar ese contravalor.
Joaquina: Exacto. Asimismo, un alcohólico cree que el alcohol es él, y eso tiene que quitárselo él, y no nosotros. No podemos decirle que deje de beber porque el alcohol se ha convertido en él. Lo mismo ocurre con los hipocondríacos, que piensan que la enfermedad está en ellos. No es que crean que van a enfermar, es que están enfermos y no podemos convencerles de que no lo están.
Jon: Donde veo que salen mucho a la luz es en pareja, y sobre todo cuando tienen un hijo. Surge un cisma familiar pues, inmediatamente aparecen los ideales y los contraideales de ambas familias, que chocan.
Joaquina: Para poder llegar a decir “sí” o “no” con libertad, para tener autoestima, necesitamos saber cuál es el detractor de nuestro éxito, un detractor que está dentro de nosotros. También debemos averiguar qué es lo que nos ayuda a llegar al éxito, y que también lo llevamos dentro. Si nos permitimos conocer nuestro interior en profundidad y nos damos cuenta de que tenemos algo que nunca nos ha permitido respirar, que no nos deja ser de otra manera a pesar de que nos está haciendo daño, no avanzaremos, pues estaremos cometiendo una y otra vez el mismo error.
Jon: Y, si te he entendido bien, además tratamos de abordar nuestro contraideal como si fuera una creencia nunca lo vamos a superar.
Joaquina: Necesitamos trabajarlo como un ideal que hemos adquirido para no avanzar en nuestra vida. En realidad, llevamos en la vida dos parejas: la persona interna, el yo interno que nos hace crecer, y el yo interno que no nos deja crecer. Esos dos yo están con nosotros; el que nos deja avanzar y el que no nos deja hacer. Es imprescindible para aprender a decir si y a decir no que conozcamos cuál es la parte de nosotros que no vamos a poder tocar. Si no somos capaces de descubrirla y trabajarla, el día menos pensado nuestro detractor estará en nuestros hijos y en nuestras parejas, pues tanto los ideales como los contraideales se generan en la familia, y si no se trabajan, se reproducen en la familia que nosotros formamos. Por ello, en el momento en que trabajamos la familia y la herencia familiar de una manera concreta, logramos avanzar. Y es que, cuando hablamos de familia, hablamos de autoestima. El niño de 0 a 12 años tiene que crear su autoestima a partir de lo que aprende de sus padres; cuando no la genera, luego hay que trabajarla desde la conciencia.
Jon: ¿Cómo trabajamos la autoestima si ya hemos pasado de los 12 años?
Joaquina: Para curar la autoestima, lo primero que necesitamos tener es voluntad, y la segunda cosa imprescindible es tener tolerancia, capacidad para decirnos “sí” y “no”, esto es, dar un paso hacia adelante sabiendo hacia dónde lo damos, y para ello es imprescindible conocernos. Aquel que se ha dicho, por ejemplo, “Yo no puedo ser delicado porque si lo soy no existo” es una persona que se va destruyendo a sí misma. Da igual lo que le digas: si ese es su contravalor, lo va a seguir utilizando hasta que realmente entienda que lo está utilizando para no tener autoestima.
Jon: Entonces, tenemos a alguien que nos da autoestima y alguien que nos la destruye, y ese alguien está dentro de nosotros.
Joaquina: Nosotros le hemos entregado el poder a esas dos instancias, le hemos dado el poder de construirnos y de destruirnos, y si no localizamos dichas instancias, no vamos a ser capaces de desarrollar la tolerancia. Si en una pareja hay uno cuyo ideal es que hay que vivir muy deprisa, y otro cuyo ideal es la lentitud, si ambos no se dan cuenta que poseen dos formas distintas de ser y que además no son negociables, acabarán rompiendo, porque el ideal y el contraideal no pueden ser tocados.
Jon: ¿Y si cuando analizamos nuestros contraideales nos topamos con varios?
Joaquina: Eso quiere decir que no estamos mirando al contraideal (sólo hay uno), sino a nuestras creencias. El contraideal es aquello que en cualquier circunstancia surge como una forma de separación de los demás y de nosotros mismos. Además, mientras que las creencias cambian, el contravalor permanece. La creencia la podemos cambiar porque ha habido una situación donde se ha dado en positivo, pero el contravalor no se ha dado nunca en positivo.
Jon: ¿Entonces?
Joaquina: El contravalor lo vamos superando en la medida que vamos entendiéndolo, pero no en la medida en que lo estamos contraviniendo. Una cosa que debemos tener en cuenta es que al contravalor no se le puede contradecir. Si luchamos contra él, nuestro contravalor encontrará otras formas de atacarnos. Y los valores, estén en positivo o negativo, no pueden ser objeto de una conversación, pues no atienden a razones. Nunca podremos hablar de ellos para luchar contra ellos, podemos hablar sobre ellos para enseñarlos. Recuerda: siempre que luches contra el ideal de alguien, estarás luchando contra su persona. En el momento que nos demos cuenta de que nuestros ideales son los regentes de las ideas, los que hacen que pensemos de una determinada manera y no de otra, nos daremos cuenta de que desde ahí podemos iniciar un diálogo con el otro, pues seremos conscientes de que nuestros ideales son sólo nuestros, y de que el otro tiene los suyos y está determinado por ellos. Si yo soy creyente y mi interlocutor no lo es, escucharé lo que piensa, pero no entraré en discusiones, pues es una pérdida de tiempo discutir con el ideal.
Jon: Entonces, ¿qué podemos hacer con todas aquellas cosas que vienen de nuestros ideales?
Joaquina: Lo único que podemos es compartir nuestros puntos de vista y que el otro haga lo que quiera con ellos. Los ideales son la vida, y aquí no podemos entrar a discutir, pues nos mataríamos. Los ideales nos hacen radicales en la medida en que estamos hablando de nosotros mismos, de lo que es nuestro fundamento de vida. Si hablamos de ello en un terreno de opinión terminaremos creyendo que nuestra opinión es la verdad, y lo único que vamos a conseguir es la guerra. Lo bueno sería que fuéramos capaces de conocer nuestros ideales y nuestros contraideales para entrar en el terreno del consenso y del aprendizaje, pues ahí vamos a poder crecer.