Hace frío y con las manos en los bolsillos caminamos por un Retiro húmedo y fresco. Es temprano y el rocío todavía no ha desaparecido de la hierba.
Jon: A principios de cada año solemos tomar resoluciones que no acabamos dándoles continuidad, y me vienen a la cabeza dos conceptos de los que sueles hablar cuando tratas temas de niños: Firmeza y flexibilidad.
Joaquina: Sí, firmeza es la capacidad para permanecer estable, fuerte y constante, mientras que la flexibilidad es la cualidad que permite no sujetarse a normas estrictas y adaptarse a las circunstancias. Eres firme con tus propios valores y creencias, elementos ambos que constituyen tu columna vertebral, y eres flexible con los valores y creencias del otro, y también en la adaptación a situaciones que están fuera de ti y que no sabes manejar.
Jon: Entiendo. Hay un ingrediente en la ecuación que me falta: La tolerancia, sobre todo para la flexibilidad.
Joaquina: Si pretendemos que la firmeza y la flexibilidad sean tales y no se conviertan en rigidez y en flojedad, hay que tener un grado correcto y equilibrado de tolerancia para poder vivir de acuerdo con nuestros deseos e intenciones respetando los deseos y las intenciones de los demás. Es necesario que haya un equilibrio entre la firmeza y la flexibilidad, entre saber decir no, que sería la firmeza, y sí, que sería la flexibilidad.
Jon: Entonces podemos decir que, añadiéndole la noción de “tolerancia”, la firmeza y la flexibilidad son la capacidad de aceptación y adaptación a las situaciones que están fuera de nosotros y no podemos manejar.
Joaquina: Somos firmes en relación con algo que creemos, y flexibles en relación con algo que cree el otro, y aquí hablaríamos de tolerancia.
Jon: La pregunta que me surge para comprobar cómo tengo la firmeza y la flexibilidad es: ¿Soy libre para responder “sí” o “no” siempre que lo deseo, o por el contrario tengo dificultades e incluso no soy capaz de dar la respuesta que realmente quiero? La verdad es que me cuesta muchísimo decir que “no” así que muy libre no soy.
Joaquina: Casi todos pecamos de una falta de tolerancia hacia lo que convive con nosotros, sea nuestra familia o nuestros amigos, y esta intolerancia se debe a un conflicto de ideales e intereses. Tal vez estos conflictos se evitarían si nos diéramos cuenta de que la falta de tolerancia no es más que la falta de respeto a ideales e intereses que no son los nuestros.
Jon: Mi tocayo, John Locke, se planteó que era necesario que las personas encontraran un lugar donde la tolerancia se produjera, pues sin ella no es posible la discusión productiva, es decir, aquella en la que se alcanzan conclusiones nuevas gracias a que se escuchan los argumentos de todas las partes. En su obra Carta sobre la tolerancia, plantea que los gobiernos, las leyes y las religiones son focos de intolerancia, o lo que es lo mismo, de rigidez, en la medida en que responden a unos ideales sin plantearse que pueda haber la posibilidad de tener otros. Las religiones y los poderes fácticos imponen esos ideales, y llevan a que los sujetos que nacen en el seno de sus sociedades se conviertan en individuos inflexibles, esto es, incapaces de convivir con otros individuos que tengan ideales y creencias distintas a los suyas. Para Locke, era urgente plantearse la legitimidad de los poderes fácticos y las religiones, puesto que conducían a los ciudadanos a no saber convivir.
Joaquina: Por eso, el trabajo de la firmeza y la flexibilidad debe comenzar con el cuestionamiento de nuestros propios ideales. Es decir, que antes de comenzar a discutir con el exterior, conviene comprobar si nuestros ideales son reales. Y una vez que lo hayamos comprobado, debemos darnos cuenta de que el “no” correcto, es decir, el ejercer una firmeza justa, significa saber decir “no” a todo aquello que rompe nuestros ideales. Y la flexibilidad debería producirse, como te dije antes, cada vez que nos acercamos a alguien que tenga ideales que no coincidan con los nuestros, pero sin que esa creencia del otro modifique la nuestra.
Jon: Pero el ideal no está sujeto a una circunstancia temporal, sino a la vida entera de una persona.
Joaquina: Así es, los ideales se forman en el tiempo, y no en el presente. Se han constituido en nuestro crecimiento familiar, en nuestro desarrollo. Por tanto, no todo sirve como ideal. Si decimos que nuestro ideal es, por ejemplo, acabar nuestros estudios, ahí estaríamos confundiendo el ideal con el objetivo. Lo que tendríamos que decir ahí es que nuestro ideal es acabar las cosas empezamos. Y para comprobar si somos firmes con nuestros ideales basta con probar hasta dónde somos capaces de mantenerlos.
Jon: Siguiendo con tu ejemplo, si la persona cuyo ideal es acabar las cosas que empieza deja sus estudios porque su pareja le propone un viaje al Caribe…
Joaquina: Entonces es que no está siendo firme, y esa falta de firmeza al final le pasará factura. Todas las pruebas de la vida están siempre en los ideales. Así que la flexibilidad es la capacidad para decir “sí” aun cuando nuestra creencia sea otra, y sin que ello suponga una ruptura de nuestros ideales. La flexibilidad es aceptación y tolerancia, y es muy fácil alcanzarla cuando no choca con nuestros ideales.
Jon: Lo interesante aquí es averiguar hasta dónde podemos llegar a tocar el terreno en el que están los ideales de los demás sin mostrarnos rígidos o laxos.
Joaquina: Te pido que reflexiones sobre esta historia:
“Erase una montaña tan pero tan alta, que nunca era posible ver la cumbre; primero porque la vista no podía llegar tan alto y segundo porque ella siempre estaba cubierta de nubes, de muchas nubes; sólo el viento podía llegar a esa altura. En el tope de la montaña había algunas piedras, siempre acurrucadas por el frío, no había animales y en ella habitaban dos árboles; ellos eran muy valientes porque eran los únicos capaces de vivir en ese sitio, donde siempre había nubes, y casi no había sol.
Los dos árboles estaban uno al lado del otro y ambos eran muy altos, tan pero tan altos que ni siquiera con la imaginación más grande era posible ver sus copas.
Uno de ellos era un Roble, muy elegante, duro y serio; él se creía el árbol más fuerte y bello de todo el mundo; a su lado el otro árbol era un Pino, también muy elegante, pero no tanto como el Roble, era más blando y tierno, no tan fuerte, pero sí tan alto como el Roble; sus puntas estaban a la misma altura, claro con ciertas pequeñas dudas: el Roble era considerado como el mejor de los dos.
Un día de enero, que era el mes de mayor frío, un viento del Sur sopló y sopló, ambos árboles sintieron que ese viento no era igual al de todos los días, era más caliente como son los vientos del Sur, era mucho más fuerte, entonces el Roble se dijo:
- Con mi fuerza y mi poder no hay viento que me asuste.
El Pino, un poco mas sencillo, se dijo:
- Ese viento es peligroso, no se calma, mas bien aumenta de intensidad; esto no me gusta.
El Viento sopló más y más fuerte, algunas de las piedras del piso se movieron de su sitio e incluso, algunas se hundieron en la tierra, las nubes se movieron con tal rapidez que sólo se les veía por un instante y ahí no terminó todo; el viento se puso aún más fuerte. El Roble no temía, él era fuerte y duro, y aguantaría cualquier cosa; el Pino que era más blando se comenzó a doblar y a doblar, e incluso hubo momentos en los cuales la punta del Pino tocó el piso, este sentía por eso gran dolor, pero se doblaba y no se partía. El Roble comenzó a doblarse y doblarse, pero era tan rígido y fuerte que al no permitir que él mismo se doblara, empezó a resquebrajarse y a perder sus ramas.
El Pino lo observó y le dijo:
- Déjate doblar, así no te partirás.
Pero el orgulloso Roble, le contestó:
- No, yo soy fuerte y no me doblaré, yo aguantaré, ya verás.
Al Pino no se le partió ni una sola rama, pero el Roble al no permitir que sus ramas se doblaran, empezó a perderlas e incluso perdió parte del tronco; el Pino le decía:
- Amigo, si no te doblas, te vendrás abajo, no te resistas.
Y el Roble le contestaba:
- No permitiré que mi cuerpo, hermoso y elegante, se doble.
El viento sopló más fuerte, tan fuerte que ya las palabras no se oían; sólo se escuchaba el chirrido agudo que atormentaba los oídos y que sólo lo produce el viento al soplar muy fuerte. En ese momento el Roble comenzó a partirse por la mitad; el Pino viendo aquella situación decidió doblarse al máximo y así al acercarse, pudo soportar el peso del Roble y logró que éste no se partiera y muy poco a poco, fue logrando que el Roble se doblara hacia él, siempre, el Pino sosteniéndolo y de esa manera el Roble pudo tolerar la inmensa furia del viento.
Poco a poco el viento pasó, tardó días en dejar de soplar por completo, el Pino sentía un gran cansancio, no sólo por luchar contra el viento, sino por tener que soportar el enorme peso del Roble para que éste no se partiera, y por ello el Pino, nuestro amigo, quedó extenuado. Al terminar de soplar el viento, el Roble se pudo enderezar y el Pino quedó doblado, había sido tanto el esfuerzo que no pudo enderezarse; el Roble había perdido parte de su tronco, muchas hojas y ramas, pero estaba todavía en pie y al ver al Pino doblado le dijo:
- Amigo Pino, ¡qué gran amigo eres tú!, te has sacrificado por mí, que incluso te despreciaba por tu debilidad; me has demostrado que la debilidad en algunos momentos de la vida es lo que más fuerza nos da y que hay que ser flexible y eso te permite tolerar los vientos más fuertes, y me has enseñado que la fuerza está en la amistad y en la tolerancia. Gracias, querido amigo, de los dos, tú eres el más fuerte y aún doblado, eres el más bello de nosotros dos.
Y así, luego de ese gran susto, ambos árboles estando aún de pie, fueron grandes amigos y lograron crecer aún mucho más, con el tiempo y con algunas ramas del Roble que ayudaron, nuestro amigo el Pino logro enderezarse y hoy por hoy, es un Pino muy derecho y bello.”
Joaquina: Te recomiendo que hagas un listado de cuándo has sido roble o pino, y que en ambos casos señales a quién has tenido cerca cuando has sido roble, y a quién cuando has sido pino. Asimismo, conviene que reconozcas cuál es tu tendencia. ¿Piensas que es mucho mejor no ceder, aguantar hasta el final y que los demás nos cuiden, o por el contrario tienes tendencia a ser pino? Y en este último caso, ¿has aguantado más carga de la que podías porque no has sabido decir “no”?