176 Los luminares

Un luminar es alguien que sirve de ejemplo, encarnando lo mejor que se puede lograr. Nuestra madre nos da el primer modelo concreto del instructivo cuidado de uno mismo que significa la Luna, nuestro primer ejemplo de lo que es posible lograr. Pero la Luna, el luminar que nos enseña a cuidar de nosotros mismos de acuerdo con nuestras propias y peculiares necesidades, está en última instancia dentro de nosotros, y puede enseñarnos –si nuestra experiencia inicial no fue “suficientemente buena”- a sanar nuestras heridas, de modo que finalmente podamos confiar en la vida.

Hay algo dentro de nosotros que lucha contra la total dependencia y la fusión de la infancia, y que nos va guiando por el camino largo y espinoso que nos lleva a convertirnos en seres independientes con poder sobre nuestra vida. Pero la autonomía y la autenticidad son solitarias.

El Sol y la Luna simbolizan dos procesos psicológicos básicos, pero muy diferentes, que actúan dentro de todos nosotros. La luz lunar que nos seduce para hacernos volver a una fusión regresiva con la madre es también la luz que nos enseña a relacionarnos, a cuidar de nosotros mismos y de los demás, a pertenecer, a sentir compasión. La luz solar que nos conduce a la ansiedad, el peligro y la soledad es también la luz que nos instruye sobre nuestra divinidad oculta y sobre nuestro derecho a ser orgullosos cocreadores del universo de Dios. Encontrar el equilibrio viable entre estas dos luces, una conjunción alquímica que rinda honor a ambas, es el trabajo de toda una vida. La diferenciación del yo a partir de la fusión con el mundo de la madre, de la naturaleza y de lo colectivo nos permite alcanzar la razón, la voluntad, el poder y la capacidad de elegir.

El ciclo lunar, perpetuamente cambiante y sin embargo constante, ha servido para cristalizar a su alrededor un conjunto de mitos muy característico. Es muy frecuente que las deidades lunares, que son habitualmente femeninas, aparezcan formando tríadas, o con tres aspectos que reflejan las tres fases diferentes de la Luna: la nueva, la llena y la creciente.  Si jugamos con las imágenes que evocan estas tres fases, podremos ver cómo la Luna nueva, la traicionera Luna negra, estaba asociada con la muerte, la gestación, la hechicería, y con la diosa griega Hécate, que presidía los nacimientos y la magia negra.

Después de su oscurecimiento, aparece la Luna creciente, delicada, virginal y prometedora, con su apariencia de estar preparada para dejarse fecundar por algo. Tiene la forma de un tazón, abierto a aquello que pueda penetrarlo desde fuera. La Luna creciente se vinculaba con la diosa virgen Perséfone, que fue secuestrada por Hades. La Luna llena, en contraste, tiene cierto aire de embarazada; es redonda y jugosa, lozana y madura, y podría dar a luz en cualquier momento. Es la Luna en su máximo poder, la cúspide del ciclo lunar, y estaba asociada con Deméter, la diosa de la fertilidad, la madre de todas las cosas vivientes.

Después la Luna comienza a menguar, adelgazando y oscureciéndose, hasta que de pronto deja de estar ahí. Hécate, la vieja bruja, recupera una vez más el poder; oculta en el mundo subterráneo, urde hechizos y va devanando el futuro desde la oscuridad.

Las deidades lunares presidían el ciclo anual de la vegetación, y también el ciclo humano de nacimiento y muerte. Así, en el mito, la Lunas rige el ámbito orgánico del cuerpo y los instintos, y por eso estas deidades son generalmente femeninas: porque del cuerpo femenino nacemos todos, de él recibimos nuestro primer alimento. Vista a través de la Luna, la vida no es constante ni eterna. Todo está en un estado de fluencia, atado a la rueda de la Fortuna y del Tiempo.

Las personas con la visión a través de la lente lunar ven la seguridad, la firmeza y el calor del contacto humano mucho más relevante que cualquier búsqueda abstracta de significado, porque la vida está tan llena de fluencia que es preciso hacerle frente día a día. Estas personas están especialmente dotadas para mantener los pies en la tierra y tratar con sus circunstancias y con los demás de una manera sensata, tranquilizadora y compasiva. El problema estaría en quedarse atascado ahí y no poder mirar sus circunstancias personales inmediatas.

GEA y DEMÉTER son antiquísimas diosas de la tierra, pero Gea es la mayor. Deméter es una versión más tardía y humanizada de la misma figura. La diosa de la tierra, o la tierra madre, es en realidad una imagen del principio de animación de la naturaleza, de la fuerza vital inteligente y determinada que late en el seno del universo material, y se la ha asociado desde tiempos remotísimos con la Luna. La madre tierra es, pues, un retrato mítico de nuestra experiencia de la vida corporal, que está más allá de nuestro control.

Como el cuerpo se autogobierna –no tenemos que preocuparnos por respirar, ni cuidarnos de si nos lata el corazón, ni pensar en digerir la comida -, a la mentalidad primitiva le parecía que era algo mágico. Y lo sigue siendo, porque, aunque ahora tengamos considerables conocimientos sobre cómo funcionan los diversos órganos, no estamos en modo alguno más cerca que hace seis mil años de comprender realmente la naturaleza del principio vital que nos anima. Eso sigue siendo un gran misterio. La complejidad y la inteligencia del cuerpo son extraordinarias.

A Gea y Deméter se las pinta en el mito como creadoras de los recipientes (cuerpos) necesarios para la continuidad física del mundo y les infunden vida. En el Antiguo Testamento es Eva, la primera mujer, cuyo nombre en hebreo significa “vida”. 

Deméter se representaba como una bella mujer de cabello dorado y vestida con una túnica azul, o como una matrona sentada. Se la veneraba como a una diosa madre, concretamente como madre de las cosechas y de la doncella Perséfone. La historia de Deméter y de Perséfone se centra en la respuesta de Deméter al rapto de Perséfone por el hermano de aquélla, Hades, dios del mundo subterráneo.

Como arquetipo es de la madre. Representa el instinto maternal, realizado a través del embarazo o mediante el suministro de alimente físico, psicológico o espiritual a los demás. Este poderoso arquetipo puede dictar el curso que tome la vida de una mujer, tener un impacto significativo sobre las demás personas de su vida o predisponerla hacia la depresión si lo rechaza o se frustra su necesidad de nutrir.

Ser madre es el rol más importante de su vida. Este arquetipo motiva a las mujeres a nutrir a los demás, a ser generosa y a dar, y a encontrar, satisfacción como cuidadoras y proveedoras. Abrazan profesiones de entrega y ayuda a los demás. Algunas proporcionan de manera natural alimentos tangibles y cuidados físicos, otras ofrecen apoyo emocional y psicológico, mientras que otras dan alimento espiritual. Alimentar a los demás constituye otra satisfacción. Le agrada preparar grandes comidas para la familia e invitados.

La persistencia maternal es otro de los atributos de Deméter. Tales madres se niegan a ceder cuando está en juego el bienestar de sus hijos. La obstinación, paciencia y perseverancia son cualidades de Deméter. Cuando el arquetipo de Deméter constituye una fuerza poderosa, y una mujer no puede realizarlo, más que encolerizarse o dirigirse de manera activa contra las personas a las que considera responsables, ella tiende a hundirse en la depresión. Se aflige y siente su vida carente de sentido y vacía.

El aspecto destructivo de Deméter se expresa reteniendo lo que otros necesitan. Con el recién nacido retiene el contacto físico y emocional, así como el alimento que necesita. Están gravemente deprimidas y presentan síntomas de hostilidad. Retener la aprobación, tan necesaria para la autoestima de un niño, también está conectado con la depresión. Ella vive la autonomía de un hijo como una pérdida emocional propia. Se siente menos necesitada y rechazada, y como resultado puede estar deprimida y enfadada.

En sus relaciones es nutridora y protectora, útil y generosa. Proporciona todo lo que se necesita. Los demás la describen como alguien que tiene los pies en la tierra, puesto que va haciendo lo que debe hacerse con una mezcla de calidez y de sentido práctico. Suele ser generosa, directa, altruista y leal a personas y principios, hasta el punto de que algunos pueden considerarla obstinada. Posee fuertes convicciones y es difícil hacerle cambiar de opinión.

De los hombres lo más común es que piensen que son como niños y posiblemente serán inmaduros e irresponsables, egoístas y desconsiderados. Su falta de consideración suele herirla y enfadarla, pero si en esas ocasiones él le dice que ella es la única persona de su vida que realmente se preocupa de él, todo es olvidado de nuevo.

Son capaces de ser unas madres estupendas o terribles, pero en cualquier caso absorbentes. Cuando sus hijos adultos le manifiestan resentimiento, se siente profundamente herida y confusa. Sólo es consciente de sus intenciones positivas, no de los elementos negativos que envenenaron su relación con ellos.

Sus años de la mitad de la vida son absolutamente cruciales, aunque ella puede no ser consciente de la importancia de organizar su propia vida para los años venideros. Sus hijos están creciendo, y a cada paso que dan para su independencia se pone a prueba su capacidad para renunciar a la dependencia que tienen de ella.

Durante los últimos años de su vida suelen entrar en una de estas dos categorías: Las que encuentran esta etapa muy gratificante. Son mujeres activas, ocupadas, que han aprendido de la vida y que son apreciadas por los demás por su sabiduría práctica y por su generosidad. Habrán aprendido a actuar de modo que las personas no se aten a ellas o se aprovechen. Tales mujeres han fortalecido su independencia y el respeto mutuo. Los hijos, nietos, clientes, estudiantes o pacientes, que abarcan varias generaciones, pueden quererlas y respetarlas.

El destino opuesto le sobreviene a la mujer Deméter que se considera a sí misma como una víctima. En estos últimos años se identificará con la Deméter atormentada, traicionada y colérica que se sentó en su templo sin permitir que creciera nada. Se dedicará a envejecer y amargarse cada vez más.

A lo largo de su vida debe aprender a expresar su cólera y salir de la depresión. Debe aprender a decir no cuando alguien requiere su atención o su ayuda y no dejar de reservarse un tiempo para ella misma. Al final el instinto de nutrir puede agotar a una mujer que se encuentra en una profesión asistencial y puede llegar a “quemarse” y a que se manifiesten síntomas de fatiga y apatía.

El cansancio, los dolores de cabeza y menstruales, los síntomas de úlcera, la subida de presión sanguínea y los dolores de espalda son corrientes en estas mujeres que no saben decir no, o expresar su enfado por excesivo trabajo. También constituyen expresiones de una pequeña depresión crónica, ella no puede protestar eficazmente, reprime su enfado y está resentida contra la situación producida por el proceder de Deméter.

Sanación de Démeter:

  • Preocuparse de su pareja como tal, no actuar como mujer protectora o madre.
  • Esforzarse por salir con su marido sin hijos.
  • Ser más femenina y sexy. Vivir sus encantos y un mundo intimista.
  • Respetar los ritmos de los demás y no organizarles su tiempo.
  • Dejar de controlarlo todo y estar convencida de que ella sabe más y mejor que nadie.
  • Aprender a expresar sus estados emocionales más primarios y no reprimirlos lo que la lleva a la depresión.
  • Reconocer sus estados defensivos e irritables contra las personas que ama.
  • Interiorizar en si desde si misma y no desde los otros.
  • Aprender a decir no para no sentirse martirizada.
  • Aprender a cuidarse a si misma, comer y vivir lo mejor sabiendo que se lo merece y participar de todo junto a su familia. Alejarse de los comportamientos de “criada”.
  • Buscar tiempo para actividades en solitario.
  • No hablar de sus hijos con otras personas. Ni los aspectos positivos o menos favorables.
  • Debe retornar al arquetipo que tenía en la juventud y transcender también desde él.
  • Dejar vivir y permitir la autoafirmación de los que la rodean.

Deméter puede emerger de un período de sufrimiento con una mayor sabiduría y comprensión espiritual. Una mujer así aprende que le es posible vivir superando cualquier hecho que le suceda.

¡FELIZ DÍA A TODAS LAS MADRES!

(Rompiendo el modelo diálogo en un especial reconocimiento a todas las madres, este texto proviene de dos fuentes: «Los luminares» seminarios de astrología psicológica de Liz Green y Howard Sasportas; y de «Las diosas de cada mujer» de Jean Shinoda Bolen)

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