172 Resurrección

Es domingo. Domingo de Resurrección. Aprovechando que el sol no calienta en exceso, nos sentamos en el coche contemplando tras las dunas un mar calmo. No hay muchas personas y las gaviotas flotan en un numeroso grupo cerca de la orilla. Pongo una pausa en nuestra conversación del criminal en serie para hablar de la resurrección.

Joaquina: Independientemente de si creemos o no en el misterio del pecado, independientemente de si crees o no en la Resurrección, podemos utilizarlo como un mito, el mito de que hay un camino. Hemos llegado a un punto, aquí sucedió algo, hacemos un camino, vivimos unas circunstancias y a partir de allí estamos libres de esa situación. Para mí esto es aprendizaje, y el aprendizaje puede ser más o menos doloroso, lo que sí es cierto es que todos cometemos errores. El error lo cometemos y vivimos en el error, vamos caminando desde el error. Llega un punto donde el error es tan grave para nosotros, es tan fuerte que, tomamos conciencia, que se llama aprendizaje, y a partir de ahí, tenemos una actitud diferente.

Jon: ¿Qué nos hace a los seres humanos estar permanentemente pensando que necesitamos una cruz y que, además, después de haber vivido esa cruz necesitamos todavía sentirnos culpables o castigar a alguien?

Joaquina: Es imposible para mí que, después de 2.000 años, sigamos hablando todavía de crucifixión. Es para mí totalmente incomprensible. No puedo comprender cómo una civilización tan progresista, un mundo tan diferenciador, en estos momentos está llenándose de fiestas y de dolor para celebrar la liberación de la culpa. Tiene que haber algo detrás de todo esto. Yo creo que, en esa macro fiesta de la cruz, tiene que haber una inmolación permanente de algo que nosotros consideramos que es castigable o de algo que consideramos que se merece todo ese dolor.

Jon: La teoría cristiana es que la resurrección fue para salvar al pueblo de Dios, que queda liberado así de las consecuencias de los pecados que lo alejan del Creador.

Joaquina: Si nosotros tenemos aquí el nacimiento de una persona, de Jesús, y lo celebramos, celebramos un discurso humano, porque es un discurso humano, y llega un punto donde ese discurso humano tiene un impacto y aquí decide, independientemente de que creas o no, decide que su vida tiene sentido porque va a salvar al hombre y propicia la muerte en la cruz. Muere en la cruz porque va a resucitar y además a los tres días todo el mundo está convencido de que resucitó, porque, además, planteó su presencia. Vamos a ver a Jesús como el mito de esta civilización. Si tenemos el mito de la muerte, tenemos el mito, también, de la resurrección. ¿Qué nos hace a los seres humanos estar durante miles de años estar hablando de la muerte de Jesús, cuando dice que resucitó?

Jon: ¿Que lo matamos nosotros?

Joaquina: No sé, pero lo que sí es cierto es que yo quiero hablar de dos cosas. Hablar de la cruz, porque me viene muy bien hablar en Semana Santa de este mito y plantearme que ésta es la vivencia cotidiana que tenemos nosotros. Es decir, que yo he hecho algo hoy y vivo en una cruz de la culpa permanentemente. Es imposible que, si me siento culpable, no piense que me van a castigar. Lo que estoy buscando es mi cruz personal, y no tengo tan claro que vaya a resucitar. Quiero que te des cuenta de que mentimos, nos acostamos, a pesar de que lo prohíbe el catolicismo y fantástico, pero, sin embargo, la cruz no sale de nuestra vida.

Jon: Quizá es por el instinto de supervivencia. Para poder sobrevivir tenemos que estar atentos al peligro, y la culpa nos ayuda a prestar atención.

Joaquina: Bien, lo cual quiere decir que ya le hemos encontrado un sentido, la culpa tiene el sentido de estar precavidos de nuestros errores. Acuérdate de que estamos hablando de una cruz, de que la culpa es una cruz, no estamos hablando de algo ligero. Estamos hablando de yo he hecho algo y me merezco el castigo y la no resurrección.

Jon: ¿Para qué está siendo útil en nuestra vida el mito de la cruz, el “yo tengo que ser castigado con la muerte cada vez que hago algo mal”? y otra cuestión ¿para qué necesito crucificar a todos aquellos que me han hecho daño y, además, no los resucito?

Joaquina: Eso es lo fuerte, no hay ninguna persona que se precie como persona, que realmente haya conseguido olvidar de una forma absolutamente intencionada y liberadora el daño que otro le ha hecho. De una forma liberadora, de una forma absolutamente entregada. ¿Cuántas personas aceptan la envidia, la agresión, el abandono, la ruina, sintiendo que son pruebas de la vida y no más? No tiene sentido que en el principio y en el final de las circunstancias, lo que nos encontremos es que el hombre está paralizado, que no sabe perdonar, y el perdón es la resurrección. La resurrección absoluta a cualquier situación.

Jon: Entonces, ¿Qué nos hace a las personas vivir permanentemente en el rencor, en el resentimiento, en la paralización, en el no crecimiento?

Joaquina: Que nos creemos dioses. Me gustaría que destruyéramos que somos los elegidos. Pero necesitamos sentirnos los elegidos, fuera de la religión, sino como personas, postulamos ser los elegidos. Nosotros somos hijos de Dios y los demás son hijos de no sabemos quién. Soy una persona espiritual y creo en la trascendencia, porque, en realidad, lo único que al hombre le cercena es no poder perdonar. Lo único que al hombre le domina y le sitúa en una actitud de carencia es pensar que se merece las cosas y su compañero de filas no. Lo que nos va a hacer grandiosos y únicos es entender la bidireccionalidad de los sentimientos. Que el sentimiento es tan libre para odiar como para amar. Que el amor que tú tienes no tiene que ser un amor condescendiente, ni tiene porqué ser un amor frío. Que si tú tienes la razón, al lado hay otra razón tan libre como la tuya. Que si tú tienes dolor, al lado hay otro dolor tan increíble o máximo como el tuyo. En la medida en la que pensamos que nuestro dolor es el máximo, que nuestra capacidad es la máxima y que lo que nosotros nos merecemos el otro no se lo merece, es imposible hacer una vida o tener una vida de iguales.  Y si no es una vida de iguales, es una vida que tiene demasiados errores y demasiadas vinculaciones no posibles.

Jon: En realidad creemos que somos únicos para nosotros. Si somos únicos, estamos solos, porque el otro es único, también. Es complicado para mí entender que nosotros somos únicos y que el otro existe. Si tú eres único en poder, luego tienes vasallos.

Joaquina: Se supone que, si somos únicos y somos dioses, seríamos la encarnación del amor, no estaríamos esperando amor, porque somos amor. Vamos a seguir planteándonos esta divinidad que tenemos tan extraña. Si somos dioses, como el concepto de amor es Dios, el amor supremo, si somos dioses, ¿por qué no tenemos el amor supremo, sino que esperamos que nos amen supremamente? En ningún momento yo estoy hablando en contra de Jesús, sino que yo lo que quiero es que nos vayamos dando cuenta del fraude en que hemos entrado en relación: la culpa, la no culpa, la pérdida de amor y todas esas cosas.  Lo que para mí es importante es: si somos dioses, somos amor, entonces, ¿por qué queremos que alguien nos ame?

Jon: Estás hablando del mensajero, un Jesús previo a la religión…

Joaquina: Estamos hablando de qué nos hace a nosotros concebir un camino en el que estamos agarrados a la culpa y a la necesidad de castigo. O rompemos la culpa y la necesidad de castigo, o será imposible que hablemos con el que tenemos cerca, de iguales. Porque si el otro es culpable y nosotros no, siempre vamos a necesitar castigar, porque en el fondo nosotros no nos sentimos culpables de nada, el culpable está fuera, o mi padre, o mi madre, o la religión, o el vecino, o la policía, o quien quieras. Yo me exculpo a pesar de que hablo de que me siento culpable, en realidad, permanezco culpabilizando a los demás.

Jon: Nos tenemos que plantear qué tipo de entramado hemos decidido hacer con nuestras creencias para llegar a un punto donde estamos prisioneros, totalmente, del castigo. Tenemos que romper ese entramado entendiendo de dónde viene. ¿Por qué hemos decidido la divinidad por encima de la sabiduría? ¿Por qué no hemos decidido que nuestro maestro era sabio, simplemente? ¿Qué beneficio tenía el decir que era Dios? Creo que nos hace sentir únicos, somos indiscutibles, somos la panacea del bien y el mal, los únicos que existen.

Joaquina: Imagínate que el legado es de sabiduría, que el legado es “ama al prójimo como a ti mismo”, y no hay nada más. El concepto cambia totalmente. Si yo voy a este concepto, el ti mismo eres amor y el otro es amor. Es imposible que una persona no se ame a sí misma. Quien piense que no se ama más a sí mismo que a los demás, está en el primer sacrilegio del entendimiento humano. Lo fácil que es cortarle la pierna al amigo cuando está mal, pero lo difícil que es cortarte la tuya. Nosotros somos amor, indiscutiblemente, a nosotros mismos, indiscutiblemente. Luego podremos tener problemas de cómo nos tratamos, de que podemos tener complejos de inferioridad, etc. Pero que el amor que nos tenemos a nosotros mismos está por encima del amor a cualquier persona, es una realidad incuestionable. Lo que hemos perdido con la cruz es la conciencia del Amor. Porque quien nos dijo “ama al prójimo como a ti mismo” nos está queriendo en la cruz todo el tiempo, porque el se amó y se dio en la cruz. ¿Qué nos está pidiendo realmente? Ama a tu prójimo como a ti mismo, me pide que me inmole totalmente en la cruz.

Jon: Pero él también dijo la resurrección.

Joaquina: Nos regaló la resurrección para que supiéramos, como concepto, que no teníamos que morir y que no teníamos que sufrir, pero, sin embargo, nos quedamos con la cruz. Cuando te encuentras con una persona, sea quien fuere, tu amor, que no está fuera, no es que ames a la persona, sino que es tu amor proyectado fuera, tenga una capacidad de permear al otro. La propuesta que te hago es que sólo se tiene poder cuando el amor está dentro y no está fuera, que sólo se tiene prestigio cuando el amor está dentro y no está fuera, que somos capaces de conocer solamente nuestro amor, el amor del otro nunca lo podremos conocer, que somos capaces de expresar nuestro amor, nunca podremos expresar nuestro amor en la palabra del otro y, lo que es mucho más importante, la libertad sólo la tenemos cuando amamos libremente al que está enfrente, hacia él y hacia nosotros.

Jon: Entonces la causa de la culpa está en la falta de amor. Siempre pensamos que el otro nos está dañando, que el otro no se comporta como nosotros queremos, que el otro no está haciendo lo que nosotros buscamos o como nosotros lo buscamos. Y, a partir de ahí, el otro es reo absoluto de la culpa y necesitamos matarle, inmolarle, asesinarle, destruirle, condenarle, llamarlo como queráis.

Joaquina: En nuestra existencia, lo que realmente prevalece siempre es nuestra maldad y la maldad del otro, o sea, nuestros actos que no han sido hechos correctamente y los actos del otro, que no han sido correctamente, son los que prevalecen constantemente, por eso vivimos en la culpa. Aunque no nos demos cuenta, decimos lo que hemos hecho mal para decir que la culpa fue del otro, pero lo decimos. No funciona el amor permanente y no funciona la relación entre dos amores, debido a quién. ¿De quién hemos nacido? Aquí está el error de nuestra existencia. Hemos nacido de padre y madre y a uno le consideramos Dios y al otro le consideramos no dios, el padre Dios y el padre no dios, ahí empieza nuestra perdición. De forma instintiva, elegimos nuestro padre Dios y, según avanzamos en la vida, vamos teniendo problemas con nuestro padre no dios, lo cual quiere decir que vamos perdiendo nuestra divinidad. No sabemos compartir a Dios, llegan la envidia, los celos, el malestar con nuestros hermanos. Ahí empieza a confirmarse que no somos Dios.  Cuando nuestros hermanos nos dicen “eres como papá/mamá”, como el padre no dios, empezamos a tomar conciencia de que no somos divinos. Esta distancia de la divinidad que vamos teniendo, en el fondo es la que permanece dentro y la que nos hace vivir permanentemente culpables. Porque a la única persona que no perdonamos es al padre que no ha sido Dios.

Jon: ¿El primer momento de falta de amor se empieza a materializar en la familia?

Joaquina: Sí. Ahí es donde realmente confirmamos que no existe el amor. Entonces, aunque cada uno de los hermanos piensen que, hacia fuera, cada uno es perfecto, se aman a sí mismos más que a los demás, pero eso no quiere decir que piensen que son perfectos, sólo quiere decir que se aman más a sí mismos. Ese es el primer conflicto que debes tener en cuenta. Mientras que no perdonemos a nuestros padres no saldremos nunca de la cruz. La cruz no está en lo que siento por el otro, sino en el sentimiento que tenemos de falta de plenitud en la relación que hemos tenido con el nacimiento de nuestros padres. Lo que no le perdonamos a nuestros padres, no le perdonamos jamás al mundo.

Jon: En realidad, al de al lado, no le considero Dios porque yo también, en el fondo de mi mismo, tampoco me considero Dios. Me puedo considerar único, que son cosas diferentes.

Joaquina: No existen más rencores en el mundo que los que tenemos a nuestros padres, que multiplicamos con nuestros hijos, con nuestros amigos, y que multiplicamos con el mundo entero. Pero el error, el dolor y el daño está ahí metido, y es ahí donde tenemos que trabajar el perdón. Ahí es donde necesitamos la crucifixión, que se provoca en el mismo momento en que queremos castigar a nuestros padres. En el momento en que queremos castigar a nuestros padres por lo que nos han hecho, que nosotros hacemos exactamente igual con nuestros hijos o con nuestros amigos, hemos sentenciado así la falta de paz eterna. Porque en el fondo estamos consumando permanentemente el error de la familia. Desde el primer día que nacen nuestros hijos, nos convertimos en nuestros padres. Vamos buscando la pareja compensatoria, sin embargo, no estamos en esta situación de amor. Te tienes que amar a ti mismo, con la consecuencia de tener dos formas dentro de ti que no te gustan: una que te gusta más y otra que te gusta menos, la que te gusta, disfrútala y la que no te gusta, cámbiala. Si quieres vivir un amor eterno, y existe el amor eterno, la única posibilidad es que conviertas en amor total lo que tú eres. Porque cada vez que sales buscando amor, vas buscando el amor que te faltó en tu infancia, esa parte de ti que no se completó. Y eso es lo que nos hace estar permanentemente en la cruz, permanentemente en la culpa, permanentemente en el desamor, permanentemente en la soledad. Debes conseguir que el AMOR a las dos partes de tu conformación, es lo que te hace salir de la culpa, entre tanto no serás capaz porque, en el de al lado siempre ves el error de aquel padre al que no amas.

Jon: ¿Qué hago para liberarme de la cruz?

Joaquina: La primera cosa que debes hacer es darte cuenta de que tienes los maestros que, si le cambias lo que hicieron mal, son los perfectos. Porque ellos son los que te enseñaron lo que necesitas aprender, que eso es lo que significa el estado de perfección. Tus padres tienen la muestra de lo que tú necesitas aprender, nadie más la tiene. La forma en la que tú haces las cosas está tu maestría, y eso es lo que vino a enseñar Jesús, nada más. Lo que vino a enseñar Jesús es que los maestros que tenemos son los maestros perfectos para nuestra fórmula de aprendizaje. Jesús nos enseñó la muerte que ya teníamos y nos animó a la resurrección. Esa es la diferencia. La resurrección es dejar la muerte que tenemos dentro, que son los errores de nuestra familia. ¿Qué es nuestra muerte? Todo lo que estamos repitiendo hasta ahora, qué hemos visto y no nos ha gustado, pero que estamos replicando. A mí me viene muy bien pensar que es de ellos, porque así no lo tengo que cambiar. Hay cosas tan maravillosas que se pueden conseguir simplemente diciendo “mi patrón de comportamiento hasta ahora es un comportamiento que me lleva a la muerte, porque lleva una cruz encima de mí que me somete al dolor, a la angustia, al sometimiento, voy a ver cómo me puedo quitar esa cruz.

Jon: ¿Qué tengo que hacer para quitarme esa cruz de encima?

Joaquina: Esa cruz es quitarte aquello con lo que tú te castigas todos los días sin darte cuenta. Es repetir un aprendizaje que crees que no lo puedes cambiar. Ese aprendizaje: la intolerancia, el mal humor, la cobardía, ese aprendizaje que tienes todos los días sobre tu espalda y que te hace vivir totalmente acordonado, totalmente encerrado en ti. Ese aprendizaje lo tienes que conocer. ¿Qué es lo que me hace verdaderamente imposible mi existencia? ¿Qué es lo que todos los días me lleva a sentirme culpable, a ver que enfermo, a ver que no puedo cambiar mi paradigma?¿Qué es lo que me hace no cambiar mi paradigma? Los clavos de la cruz fueron recoger la culpa del mundo para limpiarla. La cruz que llevas es todo lo que culpas a tu familia.

EJERCICIO SEMANA SANTA

Lo primero es reconocer que uno de nuestros padres tiene un defecto que a nosotros nos ha crucificado, y que nos culpamos o culpamos a los demás cada vez que lo repetimos. Es el mismo defecto que si le preguntáis a la persona que más os ama os dice que ve en vosotros.

“¿Cuál crees que es mi defecto que está crucificando nuestra relación?”  Hay una sola cosa que rompe la capacidad de entendimiento, sólo una cosa, la que hace que perdamos la confianza y el poder en nosotros mismos, que no seamos personas de prestigio para los demás, que nos impide compartir el conocimiento con los otros, que hace que no nos expresemos y, lo que es peor, que nos hace perder la libertad.

Además, la solución a este defecto, la pensamos, pero nunca se lo dijimos a nuestros padres. No lo verbalizamos. Es algo que supimos resolver mentalmente, que encontramos las claves para que ese padre o madre lo pudiera cambiar.

Ese error tiene que cumplir las dos características:

  • Nos quita la confianza, el prestigio, no genera conciencia, no moviliza y, sobre todo, nos anula la libertad.
  • Es algo que no hemos dicho en voz alta, sino que hemos esquematizado la solución en nuestra cabeza.

Si se cumplen esos dos puntos, ése es el hecho. Céntrate en él y olvídate todos los demás. Sólo existe este problema.

Eso que le dijiste a tu padre/madre que tenía que hacer, ponte a hacerlo tú y desaparece el problema. Tienes que recordar lo que pensaste como solución y marcarte una pauta de trabajo exactamente como ideaste, sin cambiar ni una sola línea.

Ese es el error para crucificar el viernes, haciendo un plan de acción que tiene que estar operativo el domingo.

En este proceso, lo que tiene que haber es infinito amor. No puede existir crítica ni desprecio a los padres.

Si resucitamos a nuestro padre y a nuestra madre dentro de nosotros, habremos resucitado, que es lo que estamos buscando.

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