Jon: Retomando lo de la culpa, ¿cómo funciona con los padres?
Joaquina: Con los padres funciona de una manera un poco más retorcida y muy diferente. Cuando entramos en el mundo de los padres lo que sentimos es la “carencia”, la carencia y la injusticia, es decir: ¿como es posible que un padre no me haya dado a mí todo lo que me tendría que dar y se lo ha dado a otros o lo tiene él y a mí no me ha llegado? Con los padres el mayor problema es la inteligencia, porque creemos que los padres deberían habernos transmitido la inteligencia, la creatividad… cuando nos comparamos entre hermanos o los comparamos entre ellos…
Jon: Por ejemplo, si me doy cuenta de que mi padre tiene una inteligencia que yo no tengo, que me parezco más a mi madre; ese sentimiento de comparación con mi padre, siempre el problema es la comparación.
Joaquina: Ese sentimiento de comparación siempre es para no hacer el trabajo. Puede ser para vivir en el placer, para no hacer el esfuerzo. Porque aquello que miras, aquello que emulas, aquello que te gusta, aquello que te parece que es maravilloso, solo te tienes que plantear trabajar hacia ello y conseguirlo. Sin embargo, piensas: “me lo tendrían que haber dado de forma natural, porque yo no lo tengo”
Jon: Cuando tenemos hermanos pasa mucho.
Joaquina: Gracias a Dios pasa de una manera muy extraña: tú quieres lo de tu hermano y tu hermano quiere lo tuyo, al final te das cuenta de que nunca nada es bueno, porque si fuera así, pues yo quiero ser como mi padre y mi hermano quiere ser como mi madre y entonces yo no quiero ser como mi madre… y entonces, al final, todo es un juego, un juego de inconformismo.
Jon: ¿Cómo debería pasar?
Joaquina: Tendría que haber un encuentro con nuestro yo más profundo, que tiene que ver con el placer contra el gozo divino, el placer de hacer la cosas que realmente nos apetecen, que nadie nos las dice, etc. Con los padres realmente es un sentimiento de que han sido injustos, de que a un hijo le han transmitido algo, y al otro no.
Jon: ¿En el caso de los hijos únicos?
Joaquina: Se compara porque ve que es igual que un padre pero que no es igual que el otro, entonces entra en un proceso de decir: ¿y yo por qué no soy de esta manera? ¿por qué no tengo esto? Esa comparación en realidad siempre está eludiendo el esfuerzo de salud de esa persona, del crecimiento, del trabajo que uno tiene y que ha debido no hacer.
Jon: También mencionaste la culpa en las relaciones…
Joaquina: Bajamos a las relaciones y el conflicto es: “nunca me das lo que yo te pido” Siempre tiene que ver con dar y recibir. Lo que esperamos de la otra persona es que haga el trabajo divino por nosotros. Esperamos directamente que se convierta en ese ser que nosotros nos imaginamos; queremos que subsane la carencia que tenemos aquí, y que sea gozoso y divino en la parte que le toca. Que ni se le plantee a la otra persona cometer los errores que nosotros cometemos. Que ni se le plantee no darnos lo que nosotros pensamos que nos tiene que dar. De repente se convierte en el padre que no nos dio, en el Dios que nos castigó, en la manzana… se convierte en todo, y si tarda mucho tiempo, diez minutos, en decirnos que somos maravillosos, vamos a ponernos nerviosos. Tiene diez minutos o quince para decirnos todo lo que nosotros necesitamos. Si son quince minutos ya está retrasándose la cosa. Entonces, aquí es un ejercicio de que queremos que la otra persona nos dé todo lo que nosotros no tenemos; aquí es un ejercicio de competitividad con el hermano o con lo que alguien tiene, y aquí es una negación, es no saber vivir el gozo porque lo que queremos es vivir en los placeres.
Jon: Epicuro lo decía muy bien, solo que nos hemos equivocado de camino. Una cosa es vivir en la felicidad de estar en el mundo y aprovechar lo mejor que hay en él, y otra cosa es no trabajar la potestad de lo bello, de lo maravilloso, que es el buen pensamiento, las buenas prácticas, el buen hacer.
Joaquina: Nos quejamos aquí, nos quejamos aquí y nos quejemos aquí. La culpa tiene un traje que se llama “queja”. Cuanto más nos quejemos de algo, más culpables serán siempre los que nos rodean. Cuanto más aceptemos lo que nos rodea, más libres de culpa estarán los demás y estaremos nosotros. No hay dos vidas iguales, no hay dos caminos iguales; y lo más importante de la culpa es la disculpa con la que justificamos nuestros errores. Tenemos siempre una disculpa para nuestros errores, aunque digamos lo contrario, tenemos que dejar de ser falseros.
Jon: ¿Cómo lo cambiamos?
Joaquina: Párate un segundo a sentirte culpable de algo de verdad y verás cómo, por dentro, empieza a producirse el cambio. Cuando no eches la culpa fuera, cuando recojas tu verdadera realidad con todo amor infinito, el cambio se va a producir.
Jon: ¿Para qué queremos sentirnos culpables? ¿Qué beneficio tiene sentirte culpable?
Joaquina: No hay ninguna persona en el mundo que haya hecho algo peor de lo que hubiera podido hacer. La persona siempre ha hecho lo mejor que pudo en cada momento, por su información, por su experiencia, por todo… cada persona, incluida tú, en cada momento ha hecho lo mejor que podía en ese momento, no importa el instante después de la conciencia ni el que hubo antes. Si tú crees que lo podrías haber hecho más fácilmente, seguro, seguro, que te vas a ese lugar y no lo vas a hacer mejor, porque mientras estás en la culpa, sea esta culpa, lo único que vas a conseguir es estar. Si tienes el placer de ser víctima no vas a salir de ahí, pero tienes que reconocer que tienes el placer de ser víctima, tienes que reconocer que te gusta recrearte en la miseria de lo negativo. Si no te reconoces ahí, el placer de la miseria, el placer del dolor, el placer de que las cosas no pueden ir bien, ese es un placer que tiene muchísima gente, y ese placer hay que reconocerlo. Si estás en el gozo divino, lo anterior se fue; si estás en el placer de la maldad, en el placer de ver lo que no funciona.
Cada vez que he estado con personas que no sacan la culpa fuera, que la revisan dentro, la transformación es inmediata; yo trabajo con personas todos los días, en el momento que la persona no se vacía de contenido fuera de sí misma, sino que vive ese momento y lo hace suyo, y se da cuenta «esto es por esto», el cambio es espectacular, pero cuando decimos dos palabras de disculpa el cambio ya no se produce, porque siempre hay un culpable fuera.
Jon: A veces lo que pasa es que miramos la situación, y no la culpa.
Joaquina: La culpa tiene un traje nada más. El traje de la culpa es la causa, la causa y el origen de lo que te está sucediendo ahora mismo, no tiene más. Lo tienes que ver tú, no hay nadie, ni está Dios ni está nadie, estás tú y tu mismidad. Cuando revivas eso es cuando decides: “quiero seguir por ello o quiero seguir de otra manera” Si quieres seguir en la culpa vas a encontrar un culpable inmediato, sin darte cuenta.
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