Es Navidad y paseamos por el Parque Nacional Timanfaya, en Lanzarote. La similitud de las áridas arenas volcánicas de este paisaje lunar con la belleza y dureza de las relaciones familiares en esta época del año cautiva mi pensamiento. Me siento un poco como el divertido logotipo de este Parque: un demonio enarbolando un tridente en tono victorioso o amenazante, según nos sintamos al observarlo.
Jon: Me gustaría entender cómo fabricamos la culpa entender y cómo prodríamos llegar a liberarla. Creo que es la culpa es la responsable del enturbamiento de las relaciones familiares.
Joaquina: La culpa es un conflicto trascendente. Nos separamos de lo divino con una duda razonable. Esa duda razonable puede ser que Dios no nos lo da todo. Puede ser que sintamos que Dios es alguien que tiene como amores más queridos unos que otros. Puede ser muchas cosas, pero, en cualquier caso, yo lo voy a llamar el “árbol de la duda”. El “árbol de la duda” nos saca de ese momento divino y nos lleva a otro lugar en el que rápidamente nos damos cuenta de que hemos perdido algo.
Jon: ¿Dónde nace la culpa?
Joaquina: La culpa nace siempre de un reino que perdemos. El tema es ¿cuánto tiempo podemos aguantar que el reino lo hemos perdido por nosotros mismos? esa es la gran disyuntiva, cuántos estamos dispuestos a estar convencidos de que el reino lo hemos perdido por nosotros mismos. Independientemente de que nos demos cuenta o no, lo que surge es una separación, como la culpa es tan dura y larvada, rápidamente lo que hacemos es buscar un culpable. Y cuando buscamos un culpable, al primer culpable al que hemos dado sentido es a Dios.
Jon: Pero la culpa hacia Dios, en realidad, está muy contaminada de todo lo que hemos hecho nosotros.
Joaquina: Por eso, bajamos un escalón más y nos encontramos con nuestros padres. Aquí sería como no tener cuerpo. Sería nuestro lado intangible, el que está conectado con la parte más divina de nosotros, y bajamos al mundo emotivo. Los padres, aunque nos cueste creerlo, no tienen cuerpo para nosotros, los padres son una emoción, los padres son un calor, o un frío, interno. Entonces empezamos a sentir lo mismo que sentíamos por Dios, por uno de nuestros padres: un concepto de separación, un concepto de que no nos está dando algo que necesitaríamos recibir, y les culpamos a ellos.
Jon: Estás trabajando entonces, más con el concepto de culpar que con el de sentirnos culpables.
Joaquina: La culpa se hace tan fuerte dentro que rápidamente la tenemos que expulsar, porque dentro no la podemos soportar. Dura segundos dentro, pero segundos, y esos segundos se hacen tan intensos y tan duros que necesitamos respirar, nos quita la respiración. “Dios mío, ¿qué he hecho?”, y rápidamente necesitamos: “bueno, pero en realidad fue por…”, “si no hubiera sucedido tal…” Entonces, culpamos a nuestros padres de que realmente no seamos divinos, de que ellos no nos han hecho transmisión de lo mejor de sí mismos.
Jon: ¿Entonces culpamos a los dos?
Joaquina: Normalmente a uno lo consideramos más culpable que al otro, nos guste o no reconocerlo. Aquí empezamos a ser diferentes, un padre es más culpable que el otro de que nosotros estemos en las condiciones en las que estamos. Como acabamos entendiendo que nuestros padres y nosotros somos los mismo, en realidad, lo que acabamos viendo son relaciones. Bajamos al mundo de las ralciones, y en este mundo volvemos a hacer lo mismo. Volvemos a buscar a alguien a quien podamos culpar de lo que realmente estamos haciendo, que es perder nuestro mundo divino.
Jon: Éstas “bajadas” de las que hablas, en realidad no existen porque lo único que existe es un sentimiento de culpa interior que hemos eliminado para poder soportar la separación del campo de lo divino, del mundo de lo divino, o de ese lugar en el que podríamos estar fantásticos. ¿Puedes darme un ejemplo?
Joaquina: Imagínate un amor con una persona. Ese amor a primera vista, que te inunda, que te parece genial, que estás lleno absolutamente hasta que te estalla la ropa, estás casi rozando el infinito. En el momento en el que se te ocurre ver el error de esa persona has caido del espacio divino de amor para encontrarte en el espacio, no tan divino, de que te ha fallado esa persona. Te ha fallado el amor, te ha fallado algo. ¿Puedes reconocer ese sentimiento? ¿Podemos reconocer que siempre se te poduce cuando ves algo en la persona que no te gusta?
Jon: No digo “siempre” porque como coach está prohibido, pero muchas veces sí, tengo que reconocer.
Joaquina: Siempre. Ahora plantéate lo que has visto en la persona que no te gusta. En realidad, ¿no está escondiendo una expectativa de algo que quieres que te den y que tú no quieres que vea? Si ahora te plantearas, en el mundo de lo humano, en el mundo más cotidiano, cómo funciona, vas a poner aquí arriba la palabra “amor”. El amor que has sentido, aunque haya sido una fracción de segundo, un instante, ese amor incondicional donde las carnes se han abierto, donde la mirada se hacía tan profunda, tan virginal, tan maravillosa… ese momento, ese estado de éxtasis en realidad dura tanto o tan poco como nosotros le hemos puesto la palabra “expectativa” y “fallida”, es buscar que otro sea perfecto cuando nosotros no lo somos.
Jon: Entonce, en realidad lo que estamos pidiendo constantemente en nuestro estado interior es que el otro nos de algo que nosotros no nos damos a nosotros mismos y que es el amor incondicional, independientemente de que lo que vamos a intentar es a liberarnos de la culpa y entenderla.
Joaquina: Sí, pero no hablo de liberarme de la patata caliente para pasársela a otro. Hablo de que vayamos a la culpa, la culpa interna, a la culpa que de verdad es nuestra. No vamos a salir de la culpa mientras pensemos que alguien nos ha fallado, porque es imposible. Cuando nosotros pensemos que alguien nos falla, nuestro hijo, nuestra hija, nuestra pareja… cuando pienses que alguien te está fallando en algún punto, cada vez que estés analizando a alguien como que te ha fallado, es imposible que salgas de la culpa. Esa revisión es la que tienes que hacer. El lado divino nunca tiene nada negativo, cuando vemos la sombra ya no estamos en el lado divino y hemos bajado a otro lugar, del que tenemos que salir o al que tenemos que entender.
Jon: Bien, el amor se rompe por una expectativa fallida y esa expectativa fallida tenemos que reconocer cuál es. Entonces, ¿dónde nace la culpa?
Joaquina: De un estado de carencia personal que no somos capaces de asumir y que consideramos que la culpa de ello la tiene “alguien” Ese alguien, primero es la pareja, después son los padres, después es igual tu dios, pero al final acaba siempre, siempre siendo lo que está más allá de mí. Independientemente de los nombres, es el culpable de que yo esté aquí; por eso creo yo que es tan importante que sepamos que, en realidad, el único culpable es el pacto divino que nosotros hemos perdido. Esa parte maravillosa que sabemos que tenemos y que no estamos entendiendo. Y esa es únicamente la culpa, y esa es la forma de la culpa. Todos sabemos que la persona que amamos, cuando nos falla, es porque no está trabajando con la culpa, porque en su lado divino nadie nos puede fallar. Si hacemos culpable a la persona es porque sabemos que lo podría haber hecho bien, o al menos creemos que lo podría haber hecho bien.