Estamos en una gran superficie comprando algunas herramientas que necesito para hacer una chapucilla en casa. Mientras esperamos en la fila de la caja, con nuestros productos en la cesta, un padre con dos hijos se coloca justo detrás. Son dos niños de unos 7 y 9 años y lo de siempre, personalidades distintas, actitudes distintas y modos de llamar la atención diferentes. Les observamos un rato, yo con impaciencia y mirada recriminatoria al padre, Joaquina con la mirada del que comprende qué está pasando en realidad. Ya en el coche, la luz va entrando en mi cabeza.
Joaquina: Vivimos en un mundo donde cada uno de nosotros compite en el interior entre su lado intimista, que se oculta a los demás, y el otro que sale a la luz y se extiende mas o menos libremente. Esa misma separación y ese mismo ocultarse y fluir es nuestro espejo ante cada uno de los seres más próximos o lejanos que nos rodean.
Jon: Sí, a veces siento que en mi Yo existe una usurpación energética entre cada uno de mis lados haciendo, en muchos casos, inoperante mis decisiones y viviéndolas en una contradicción entre lo que pienso, digo y hago. ¿qué puedo hacer?
Joaquina: Ante todo esto nace un sistema de control que hemos aprendido en nuestra infancia para buscar en los otros aquello que nos negamos a nosotros. Esto nos hace vivir en un estado de incompleción que nos angustia y, decidimos resolverlo usurpando en los otros lo que creemos que nosotros no tenemos. Esta actitud la programamos repitiéndola una y otra vez, dándole el nombre de farsa. Le doy ese nombre porque es una representación de un guion que hemos desarrollado repitiendo la escena en nuestra vida cotidiana sin percatarnos de ello, y haciéndolo un hábito limitativo y cuantitativo que nos impide desarrollar otras escenas.
Jon: ¿Dices que nace en la infancia?
Joaquina: La farsa nacen en la infancia, en el seno de la familia, es algo que has decidido aprender para sobrevivir en ese núcleo familiar. De adulto es la muerte, pues nos escondemos y proyectamos de una forma patológica para que nos dejen en paz.
Jon: ¿Cómo ocurre?
Joaquina: Primero ves a tu madre, y para funcionar adoptas la farsa que necesites. Esta farsa se programará dentro de ti y no te das cuenta de cómo o cuándo empezaste. Eso te coloca en contradominancia, pues paras lo que eres. La realidad es que eres como ella, pero no lo puedes ser con ella delante. Luego ves a tu padre y sucede lo mismo. Mas adelante te encuentras con tus hermanos con los que harás lo contrario de lo que hacías con tus padres.
Jon: ¿Lo contrario?
Joaquina: Por ejemplo, si tu padre era intimidador contigo y tú ejercías de pobre de tí, harás de intimidador con tu hermano. Guardarás el rencor cuando no has podido sacar otra parte de tu ser ante tus hermanos. Esta farsa, en el fondo, es una paralización de tu ser que, en lugar de mirar dentro de si y obtener todo lo que desea para después extenderlo a los demás, se paraliza maniobrando por y para conseguir la atención y la energía de los demás.
Jon: Es decir, nos hacemos parásitos energéticos los unos de los otros.
Joaquina: Así es. Otro ejemplo, pienso en alguien de carácter reservado. Su manera de controlar personas y situaciones es crear en su mente esta farsa durante la cual él se aparta y parece misterioso y lleno de secretos. Se dice así mismo que obra de este modo por cautela, pero lo que realmente hace es confiar en que alguien será atraído por esa farsa e intentará deducir qué le ocurre. Cuando alguien lo intenta él sigue siendo impreciso, indefinido, forzando a la otra persona a insistir, a indagar, a escudriñar para distinguir cuales son sus verdaderos sentimientos.
Jon: Entonces, ¿hay infinitas farsas, una para cada uno de nosotros?
Joaquina: No. Hay 5 farsas de comportamiento en la interacción, y 4 farsas más determinantes en el mundo de la comunicación tácita y expresa. Las farsas de interacción son: Intolerancia que produce inseguridad. Inseguridad que motiva la desconfianza. Desconfianza que produce apatía e infelicidad. Apatía que produce paralización. Y paralización que lleva a la intolerancia. Cuando están en interdominancia funcionan de la siguiente manera: La intolerancia genera inseguridad, que genera desconfianza, la cual producirá apatía que generará paralización.
Jon: Y, en relación con la comunicación las farsas son…
Joaquina: El intimidador que origina el pobre de mí, u otro intimidador. El interrogador lleva al reservado. El reservado propicia el interrogador. Y el pobre de mí crea al intimidador. Cada una de estas farsas puede estar de una forma determinada dentro de nosotros pudiendo decir que nuestro comportamiento es siempre el mismo, o variar según las circunstancias que nos rodeen. Si estamos ante una persona intolerante podemos convertirnos en seres inseguros, o permanecer en nuestro estado de intolerancia y querer conseguir la inseguridad del otro, lo cual propiciará una tensión hasta que se adecuen ambas farsas. Lo importante en estos momentos es la necesidad de corregir nuestras farsas de comportamiento para poder participar de un mundo en extensión, liberado y en crecimiento, y alejarnos de estos estados de separación donde todos estamos perdiendo.
Jon: ¿Qué podemos hacer para no manipular con nuestras farsas?
Joaquina: El primer paso para resolver la situación es trasladar nuestra particular farsa a la plena conciencia. Nada adelantamos hasta que no nos miremos realmente a nosotros mismos y descubramos qué hemos estado haciendo para maniobrar en busca de atención. Debemos retroceder a nuestra vida familiar y poder determinar cómo y porqué se formó este hábito. Desde ahí nos será mucho más fácil ser conscientes de cambiar el deseo de controlar a los otros. El desarrollo de nuestras farsas particulares guarda siempre relación con nuestra familia. Sin embargo, una vez hayamos identificado la dinámica de la energía en la familia, podremos rebasar aquellas estrategias de control y ver lo que realmente pasaba. Toda persona debe interpretar su experiencia familiar desde un punto evolutivo, un punto de vista espiritual y descubrir quién es realmente. Una vez hecho esto, nuestra farsa de control desaparece y nuestra vida cambia de rumbo.
Jon: ¿Podrías darme algún ejemplo más de las farsas de comunicación?
Joaquina: Las personas reservadas motivan la interrogación, siendo los interrogadores los que consiguen que los otros sean reservados. Un pobre de mi necesita a su lado un intimidador, y un intimidador disfrutará de ese pobre de mi entregado a esa farsa. El interrogador, por ejemplo, es una persona que construye esta farsa en la que hace preguntas y sondea el mundo de otra persona con la intención específica de encontrar algo censurable. Cuando lo ha encontrado, critica este aspecto de la vida del otro. Si la estrategia funciona, la persona criticada es incorporada a la farsa. Luego, de súbito, dicha persona se siente cohibida, tímida; se mueve en torno al interrogador y presta atención a cuanto este hace y piensa, con objeto de no hacer algo malo que el interrogador pueda notar.
Jon: Y si, por ejemplo, alguien nos cuenta las cosas horribles que le ocurren dando a entender, quizá, que nosotros somos los responsables, y que si nos negamos a ayudarle continuarán ocurriéndole esas cosas horribles.
Joaquina: Entonces esa persona pretende controlarnos al nivel más pasivo, con lo que se califica de farsa del pobre de mí. Todo lo que esa persona dice o hace nos coloca en una posición en la que tenemos que defendernos contra la idea de que no estamos haciendo lo suficiente por dicha persona. El resultado es que nos sentimos culpables por el mero hecho de tenerla cerca.
Jon: Estos ejemplos nos hablan de la dependencia de atención, un tanto patógena, que en tenemos en nuestra infancia.
Joaquina: Somos seres que nos sentimos separados y con derecho a una totalidad que no tenemos y que deseamos obtener, no por la grandeza y generosidad del compartir, sino a través de la incomprensión de que los demás tengan derecho a lo mismo que nosotros. Por lo tanto, la revisión de estas farsas debe ser realizada principalmente en el seno familiar, con nuestros padres y hermanos. Actuaremos ante papá para conseguir acercarnos o distanciarnos buscando la atención de mamá, y que nos sienta únicos e irrepetibles. Una vez conocida nuestra farsa podremos ver qué yace detrás de estos trasiegos emocionales. Descubrir esa verdad puede dar renovado vigor a nuestra vida, porque nos dice quiénes somos, qué camino seguimos, y qué estamos haciendo en nuestra vida. Las farsas de comportamiento son siempre un deseo de obtención por lo que detrás de ellas subyace una aceptación de no ser completos. Cuando las vencemos caminamos a una unidad y a una plenitud. Que no paremos cada día en vencer nuestra inclinación a repetir nuestras farsas.