125 Juventud y adolescencia

Es un atardecer de viernes tranquilo. Pasamos por una plaza donde un nutrido grupo de adolescentes preparan lo que en un rato será un botellón. Alegres y ruidosos, discuten sobre quién ha pagado qué, sobre si van a tener suficiente de todo, o si vendrá tal o cuál amigo.

Jon: No me gustaría volver a esa edad… ¿Por qué te has convertido en una especialista en juventud, adolescencia e infancia? Más allá de que es en la infancia y juventud donde mejor se pueden atajar casi todos los problemas para que sus repercusiones no sean acarreadas a lo largo de la vida afectando no solo a la persona sino también a su entorno. ¿Por qué tomaste esta decisión?

Joaquina: Lo que es cierto es que la flexibilidad y ductilidad de los niños y jóvenes para corregir ciertas problemáticas es mucho mayor que en los adultos. Por otro lado, hay una importante labor de prevención que nos permite con ciertas técnicas propiciar que el joven resuelva en la raíz las desagradables consecuencias que originan la falta de confianza, seguridad o motivación tan presentes en la actualidad en el mundo de los jóvenes.

Jon: ¿Cómo empezó todo?

Joaquina: Mi trabajo como terapeuta empezó hace 17 años y fue precisamente el caso de un niño lo que me hizo dejar el trabajo que desarrollaba en una gran empresa, y que compaginaba con mis estudios y práctica terapéutica, para dedicarme en cuerpo y alma a esto último. A lo largo de los años me he ido encontrando con multitud de pacientes, pero han sido los niños y especialmente los adolescentes los que han movido dentro de mí el ánimo investigador. Poco a poco fui pasando del trabajo personal y específico en la consulta, a desarrollar programas aplicables a grupos de estudiantes en sus propios colegios, intentando transformar las actividades extraescolares tradicionales, judo, gimnasia, inglés, etc. en una serie de clases prácticas, participativas y muy divertidas donde el alumno se va encontrando poco a poco con quien es. Son los propios jóvenes quienes requieren habilidades para vencer sus miedos e inseguridades.

Jon: Y ahí empezó tu interés por la inteligencia emocional…

Joaquina: Llevo tiempo intentando que la inteligencia emocional se pueda ofrecer en los colegios como algo optativo a lo que puedan tener acceso los jóvenes y docentes. La inteligencia emocional abre un abanico de posibilidades para romper la injusta hegemonía de la inteligencia lógico-matemática que impera en nuestras instituciones. Los jóvenes deben saber que existen otras inteligencias en las que apoyarse para desarrollar su liderazgo personal. Gardner en su libro de Inteligencias Múltiples desarrolla ocho inteligencias como la Cinética, musical, espacial, intrapersonal e interpersonal…considerando igual de válidas cada una de ellas. Sería estupendo experimentar que, además de los valores tradicionales que todo padre y educador espera infundir a sus hijos, se estimularan una serie de competencias que harán de ese hijo o alumno una mejor persona y un individuo más preparado para afrontar lo que se espera de él cuando termine sus estudios. Competencias que van a determinar el modo de relacionarse con ellos mismos, como la motivación y la autorregulación; o el modo de relacionarse con los demás, como la empatía o la comunicación

Jon: Y estos chicos y chicas de la plaza, ¿qué problemas tienen hoy día?

Joaquina: Las dificultades que a mi me interesan y las que trato mayoritariamente, afectan a un gran número de jóvenes. Seguramente no son tan espectaculares como la drogadicción o el abuso del alcohol o del sexo, pero sí creo que pueden ser la causa que lleva a los jóvenes a estos últimos. Las dificultades que tiene la persona en su totalidad y el joven más concretamente en la etapa de 16 a 20 años, es la manifestación de su mundo emocional y sensitivo. El miedo a la debilidad, al rechazo de los otros o una necesidad de reconocimiento excesiva, acaban desarrollando bloqueos comunicativos y crisis de ansiedad graves. La gran campaña de exigencia escolar, los estándares físicos y una inadecuada educación para lograr las metas fijadas, desembocan en baja autoestima, poca seguridad en ellos mismos, combinado todo ello con una deficiente relación con la autoridad de los docentes o grupos de poder. Seguramente todo esto afecta menos a la sociedad como conjunto, pero son devastadores para una mente sensible como la de los jóvenes. Creo que el botellón se ataja desde la alternativa y no desde la represión.

Jon: ¿Cuáles son esas alternativas?

Joaquina: Las vías de resolución pasan por educar a los adultos en el sentido de reducir las expectativas puestas en los resultados escolares, aunque sean de gran importancia, y poner la intención en que el joven se reencuentre con la autoridad como un bien, una autoridad que estimula las realidades de cada joven, potenciando la confianza a través del fortalecimiento de sus habilidades, de sus deseos y de sus necesidades. Informando y documentando a los padres sobre el proceso evolutivo y cognitivo del joven y creo que ante todo dando a todas las partes el significado que en esta relación tienen.

Jon: Me encanta, te pido soluciones para los jóvenes y los que lo tenemos que trabajar somos los padres

Joaquina: Los padres sois medios para que el joven se realice, no inductores de logros para resolver fracasos personales o metas que no habéis podido alcanzar. Cada joven es el resultado de lo que ha aprendido y las conclusiones personales que para él tienen esos aprendizajes. Las circunstancias de hoy no son las pasadas y por lo tanto no pueden coincidir las miradas, los intereses de unos y otros. Satisfacer todo lo que el joven pide, creyendo que así se entregarán a lo que los padres deseáis, es sólo un error más. Los jóvenes necesitan estímulos personales, lograr sus deseos por ellos mismos y sobre todo que los objetivos sean propios. Quizá no sea estudiar una carrera, ser presidente de una compañía. Posiblemente pueda ser escribir una música, desarrollar un proceso creativo. Por qué no, vivir con menos medios y con más tranquilidad. En cualquier caso, enseñarles a ejercitar honestamente su libertad les hará elegir correctamente.

Jon: Entonces, ¿qué deberíamos hacer para ayudar a nuestros hijos?

Joaquina: Con frecuencia llegan a mí educadores, profesores y personal docente en contacto con niños y jóvenes, quejándose de una carencia en la educación de sus alumnos. El tipo de educación que creen debe dárseles en el ambiente familiar. Lo padres de alguna manera pretendéis que sea el sistema escolar el que tome las riendas de la educación que estos jóvenes necesitan. Así, los maestros se encuentran con la dificultad de la no aceptación de la autoridad, falta de escucha, indolencia, etc. Que dificultan considerablemente su labor docente. Para ayudar a hijos y alumnos, pienso que el primer paso es sin duda una toma de conciencia por parte de padres de vuestro papel educador. El niño evoluciona dentro de un seno familiar que son sus primeras referencias. Las actitudes y aptitudes de sus padres son su base de conocimiento personal sobre las que va a mirar el resto del mundo circundante, incluidos sus primeros maestros. Son el reconocimiento y aceptación de sus padres el soporte en el que el niño basará la confianza en si mismo y afianzará su mundo emocional. Toda expectativa que recae en el educador y sus posibilidades de modificar este primer sentimiento infantil, son de muy difícil realización.

Jon: Me acuerdo del Taller de Padres que hicimos hace unas cuantas primaveras en el Colegio de Médicos de Madrid, una amiga argentina nos comentaba al terminar la luz que la había aportado conocer el desarrollo cognitivo de 0 a 24 años que habías desarrollado, y su significado sobre su infancia. Recuerdo que insistía en la necesidad de instruir a los futuros padres en esta labor educadora tan compleja y en la que, a pesar de no desearlo, cometemos errores viejos y muy dolorosos.

Joaquina: Sí, el programa tuvo dos aspectos muy delimitados y entrelazados entre sí. Desarrollamos el ciclo evolutivo que va de 0 a 12 años en el que el niño vive como única referencia su entorno familiar y en un segundo tiempo la etapa de 12 a 24 años donde el significado está en el exterior y el joven inicia el desapego de su mundo conocido, para sumergirse en los grandes retos de la elección profesional.

Jon: Me gustaría que recordaras la experiencia piloto que realizamos en el IES María Zambrano de Leganés, a principios de año.

Joaquina: Me contactó la Jefa de Estudios del Centro por distintos problemas que tenían de violencia en las aulas. Organizamos una serie de tres conferencias dirigidas a los padres que fueron convocados por la APA y a las que asistieron unos 65 padres. La serie se titulaba “Padres e hijos, problemas cotidianos” y en ellas manejamos conceptos como el paso de la dependencia a la rebeldía, el miedo a ser rechazado por la pandilla, o el liderazgo y su coste. En el estudio de campo realizado al final de las tres sesiones, había una solicitud mayoritaria para que estos talleres se extendieran a los hijos y los docentes. Esto provocó que los propios hijos de estos padres quisieran asistir voluntariamente a tres talleres con nosotros, en horario extraescolar. Bajo el lema “confianza y seguridad”, los jóvenes de entre 14 y 17 años recibieron un poco de teoría acompañada de una serie de ejercicios que les llevaron a un grado de desbloqueo emocional, al conocimiento de la sensación de ridículo, a compartir, crear, desarrollarse. Recitaron poesía, cantaron, hicieron expresión corporal, pintaron con las manos y finalmente crearon, escenificaron e interpretaron una obra teatral.

Jon: Recuerdo a uno de los participantes, notorio por su gran éxito escolar, te comentó su timidez y su dificultad para expresarse en público.

Joaquina: Sí, le propuse participar en una sesión práctica del Master de Comunicación. Tendría que preparar una poesía, un baile y una canción que compartiría con los alumnos. El regalo de tenerle con nosotros se colmó cuando nos ofreció una poesía creada por él que hablaba de amor y de sueños de juventud. Todos nosotros evocamos aquellas largas noches de ensueño en las que el papel blanco recogía deseos y frustraciones. Al igual que él, nuestros pies y nuestras voces se habían quedado detenidos en el miedo al ridículo, a la crítica y todo ello estaba repercutiendo en una pobre presentación de nuestros retos profesionales.

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