111 La pareja eterna

Dos días después de San Valentín tiro de archivo para rescatar este post por su pertinencia y especial cariño que le tengo.

Leo una cita de Sam Keen que comparto inmediatamente con Joaquina. “Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta”.

 Jon: Joaquina, sé que no eres de hablar mucho de tu vida, sin embargo, también se que mucha de tu sabiduría y de tus aprendizajes vienen de la observación de tus padres. ¿Eran una pareja perfecta? Al final todas las relaciones interpersonales están unidas a una misma necesidad: Que sean longevas y positivas para todas las partes. ¿Qué hace que no nos preparemos para una de las cuestiones más arriesgadas de nuestra vida, que no es otra que la elección de pareja?

 Joaquina: Nuestra vida amorosa y de pareja tiene un sentido específico cuando procede de un conocimiento y gestión emocional que reduzca el miedo a no ser queridos, o a ser demasiado buscados, o a cualquier otra cosa que nos repliegue y nos aleje de lo que más queremos, como es estar acompañados, seguir unos pasos acompasados, y sentir que la vida del otro y la nuestra tienen muchas cosas en común. La soledad es imposible. Puede ser muy anhelada a veces, odiada y repudiada otras, pero sea como fuere todos nosotros llevamos en nuestro ADN la necesidad de vivir al lado de otros.

Jon: Entonces, ¿por qué hay tantas dificultades para vivir juntos, permanecer fieles, sentir que somos parte de una gran estructura familiar…?

Joaquina: Te invito a que reflexiones sobre estas tres cuestiones: ¿Qué sería de tu vida si tuvieras una pareja para siempre? ¿Qué pasaría en tu vida si nunca encontraras pareja? ¿Qué diferente es tu vida cuando estás con o sin pareja?

Jon: Suenan a preguntas retóricas.

Joaquina: Llevo más de 25 años trabajando con personas. Pequeñas, adultas y ancianas. Inteligentes, torpes, alegres o tristes… Sea cual sea la condición de las personas con las que he trabajado, he observado que toda su vida gira alrededor del trabajo y las relaciones. Cuando somos pequeños la relación con nuestros padres o familia y cuando somos mayores la universidad, las relaciones de pareja, los amores y desamores. Nuestra mente es monotemática y con muchos deseos de cubrir las necesidades más básicas adornadas de bienestar y gozo. En este tiempo he visto romperse cientos de parejas a la vez que se han formado para volver a destruirse. Pocas se mantienen con ilusión y aquellas que lo hacen, siendo un ejemplo por el respeto, no lo son tanto por la ilusión y la pasión. De todas estas historias hay niños sufrientes y cierto desorden emocional en todo el sistema relacional. La mayoría de los fracasos han tenido que ver con repeticiones de comportamiento familiar. Actitudes que nos resultaron muy desagradables o poco constructivas las hemos repetido una y otra vez sin comprensión ni respeto.

Jon: ¿Por qué sucede esto?

Joaquina: Una de las bases por las que sucede todo esto es porque las personas comenzamos las relaciones antes de tiempo. Cuando conocemos por primera vez a una persona y nos enamoramos nos suele cegar la euforia del momento. Si imaginásemos que podemos situar la ilusión que sentimos por esa persona en una escalera del uno al diez, deberíamos situarla en el primer escalón ya que comenzamos con un profundo desconocimiento sobre el otro. En lugar de esto, solemos colocar la ilusión arriba del todo, en el escalón número diez. Empezamos muy alto y así es lógico que lo único que podamos hacer es bajar. El día en el que ese otro no te ha devuelto la llamada cuando tú esperabas, comienza una descalificación por tu parte a la relación. Y es que, en verdad, situaste la ilusión muy arriba cuando en realidad desconocías a esa persona en su mayoría. Si por el contrario nos encargamos de situar la ilusión y la euforia en el primer escalón, solo podrá subir y subir.

Jon: Volviendo a mi primera pregunta, ¿me puedes contar cómo lo hicieron tus padres? ¿Fueron felices? ¿Qué aprendiste de ellos?

Joaquina: Mi padre se enamoró de una mujer, vivió y murió totalmente enamorado de ella. Muchas veces me pregunté que le motivó este estado tan onírico. Aquella mujer me resultaba anodina y nada estimulante para un amor tan apasionado. Sin embargo, un día, caminando por la playa de Gijón me explicaba que él se enamoró de ella después de una ristra de mujeres que habían pasado por su vida. No sé si fue una exageración, pero creo recordar el número diecinueve. Todas esas mujeres no habían dejado huella en él. Sin embargo, cuando encontró aquella mujer flaca, de pelo negro y labios gordezuelos pintados de rojo, algo muy intenso inundó de calor todo su ser. Todavía recordaba aquella sensación atravesándole el alma.

Su última pareja, de la que comentó estuvo muy ilusionado, le estimulaba y acercaba a una pasión intensa que no había sentido por ninguna otra mujer antes. Era una mujer elegante, muy bien vestida, con aspecto inmaculado. Una imagen que a él se le hacía perfecta. Reconocía que algo de todo aquello provocaba en él ciertas dudas que quiso corroborar. Sentía una necesidad de comprometerse. Estaba próximo a los veinte años y parecía que aquella relación le abocaba a algo serio.

Un día fue a buscarla a su casa sin previo aviso. Le abrió la puerta una mujer en bata, con el pelo lleno de rulos y un aspecto bastante dejado. En un primer momento no la reconoció y sólo la cara de sorpresa le puso sobre aviso de que aquella mujer era la misma que le había estado provocando un cúmulo de sentimientos tan intensos. Se dio la vuelta. No quiso escuchar sus balbuceos explicando el por qué de aquella situación.

Mi padre buscaba autenticidad. Alguien en quien confiar. Que estuviera donde estuviera, pasara lo que pasara siempre la encontrara en las mejores condiciones físicas, emocionales o mentales. Alguien que su aportación de valor fuera en crecimiento y no importara el tiempo.

Así me enseñó la receta para amar y seguir amando.

Retornó a su pareja actual. Aquella mujer morena, flaca y honesta había crecido y con ello algunas desavenencias y tensiones. Mi padre debió comprender que mi gesto no auguraba nada bueno y que mis creencias sobre la perfección con su pareja no eran tan positivas como su verbo presagiaba.

Rompiendo mis pensamientos me dijo que ella era igual de maravillosa que cuando la había conocido, pero que él no había realizado los cambios que eran necesarios para que aquella relación fuera mucho más exitosa. Su amor por ella era idéntico, quizá su cambio era lo que había fallado y sus exigencias surgían de buscar fuera de si lo que sólo él podía darse.

Siguió hablando mientras mis pensamientos iban buscando momentos que pudieran ratificar aquello que me decía. Ciertamente ella se entregaba plenamente, su dedicación a él seguía siendo de una calidad indiscutible. Era auténtica. Lo que para él era importante, y seguía llenando la casa. Sólo existía él para ella. Sus cuidados, su entrega, su calidad humana estaban allí día tras día.

Él era el rey y nadie le quitaba el sitio. Habían pasado algunos años desde que se habían conocido. Habían tenido muchos problemas y mucho dolor, sin embargo, ella seguía mirándole con admiración y respeto, mientras que para él sólo existía ella, y su amor lo demostraba de aquella manera egoísta que muchas personas tienen.

Cada instante que estuve con él me iba explicando como era el amor. Me decía que una de las cosas más maravillosas que nos daba la vida es que nunca te podías cansar de una persona. Me explicaba: Con tu vivir de cada día vas aprendiendo algo, eso hace que cada día tú seas diferente y las personas que tienes alrededor también lo sean. Y si la persona con la que compartes tu vida también es diferente en todo momento estás estimulado a quererla y a estar con ella siempre.

Me explicó bajando su voz que el secreto es poner las expectativas en tu cambio y en tu progreso, no en que el otro cambie algo que ni siquiera piensa que tiene que cambiar.

Si eres honesto en la elección, y la respetas, sólo puedes ganar cada día.

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