54 Perdonar

Sentados en la T4, observamos a las personas mientras llega la hora del embarque en nuestro vuelo a México. Relativamente cerca hay una pareja joven que discuten acaloradamente. Se entrevé que es un problema de celos, donde empiezan a volar los reproches y las echadas en cara de actuaciones pasadas tan irreversibles como seguramente imperdonables.

Jon: Qué difícil nos resulta olvidar de forma intencionada y liberadora el daño que el otro nos ha hecho. Pero de una forma liberadora, totalmente entregada. Qué poco capaz me encuentro de, ante una ofensa, plantearme que es ignorancia y que no me han querido hacer daño. Me cuesta aceptar la envidia, la agresión, el abandono, la ruina, sintiendo que son pruebas de vida. En el fondo es todo un trabajo de liberarme del odio. ¿Por qué cuesta tanto?

Joaquina: En realidad es porque te sientes dios. Dios en un reino o en un cielo equivocado, pero si no permites que alguien no te ame, porque piensas que te lo mereces, si no permites que te abandonen, porque piensas que las cosas tienen que estar donde tu quieres, es porque hay algo mucho más oscuro de lo que puedes pensar. Tienes que saber qué es. Tienes que encontrarlo.

Jon: Sí, porque de alguna manera es el gran paralizador de mi crecimiento personal y de mi desarrollo como persona.

Joaquina: Lo que me encuentro a diario es que el hombre está paralizado, que no sabe perdonar. Lo importante de esto es que el perdón es la resurrección. La resurrección absoluta a cualquier situación. ¿Qué te hace vivir permanentemente en el rencor, en el resentimiento, en la paralización, en el no crecimiento?

Jon: Yo creo que precisamente esto último que has dicho, el no crecimiento. Eso me lleva al no esfuerzo porque efectivamente pienso que, como dios, todo me debería venir dado. Además me escudo en culpar a los demás responsabilizándoles de mi vida y de los resultados de ésta.

Joaquina: De alguna manera todo te viene dado. Déjame puntualizar, todo lo que necesitas para tu desarrollo en esta vida te viene dado. Otra cosa es que quieras más de lo que necesitas o que creas que necesitas cosas que en realidad no te aportan nada a tu camino.

Jon: Y, ¿Cómo sé lo que tengo, lo que necesito, lo que quiero…?

Joaquina: El hombre lo primero que quiere tener es confianza, y para tener confianza busca un poder. “Si tengo poder, tengo confianza”. Independientemente de que creas que es una palabra ajena a ti, el hombre tiene confianza cuando tiene poder. El poder que sea: el de decisión, el poder de hacer lo que quiere… El poder que quieras: económico, fáctico. El poder de levantarte por la mañana cuando tu quieres.

Jon: Poder suena a magnate de dinero que quiere controlarlo todo, o reyezuelo autoritario que domina a los demás imponiendo sus caprichos.

Joaquina: No te vayas a los extremos. Decidir qué comer mañana es también poder. Y esos grados menores de poder es dónde nos atascamos y donde generamos rencor y odio. Porque culpamos a los demás de nuestra falta de poder. El hombre, cuando realmente tiene confianza y tiene poder, ha hecho su primer paso en la vida. Si puedes llegar a la conclusión de que: “yo no perdono cuando me quitan el poder”, has dado un gran paso en tu autoconocimiento.

Jon: Para mí es muy importante sentir el poder, sentir que puedo hacer lo que quiero.

Joaquina: Pero, además de tener la confianza y de tener el poder, lo que necesitas inmediatamente, es la aceptación de los demás: El prestigio. Ya no solamente quieres que te quieran, tener la confianza, sino que, además, quieres la confirmación de los demás hacia quien eres. Quieres tener el poder, pero, además, quieres tener el prestigio. No te conformas únicamente con el poder, que es tuyo, sino que quieres que te lo reconozcan. “Y quiero estar ahí, y que me lo compartas. Y quiero jugar contigo al mismo juego y que nuestra relación sea compartida” En el poder estás tú y en el prestigio estamos nosotros.

Jon: Es decir, como si quisiera tener muchísimo dinero y además me compro un Ferrari para todo el que me vea me reconozca millonario.

Joaquina: Un ejemplo un poco básico, pero así es. Pero, además de tener prestigio, vas a querer tener conocimiento. Y además de tener conocimiento, lo que quieres es que ese conocimiento haga cambiar la conciencia de los demás. Quieres ser elevador de las conciencias: “Mi conocimiento le tiene que servir a él, porque mi conocimiento es muy bueno”. O sea, no sólo te conformas con tener conocimiento, sino que quieres que los demás aprendan de tu conocimiento. Quieres ser cambiador del mundo y cambiador de las circunstancias del mundo.

Jon: Efectivamente, cuando me levanto a decir lo que sé, quiero que, además, el otro se sume a lo que estoy aportando. ¿Es eso malo?

Joaquina: Pero no se acaba ahí. Quieres tener una expresión movilizadora. Quieres que lo que tu expresas haga que las masas se muevan hacia donde estás. Es un poco como ser líder. Ya no solamente es que sabes, sino que, además: “yo te lidero y te vienes conmigo”

Jon: ¿Si consiguiera eso habría completado mi camino?

Joaquina: No, tú y todos necesitamos, por encima de todas las cosas, la libertad. La libertad para recibir todo lo que queremos. La libertad de los éxitos. Una persona que no tiene éxito no tiene libertad. La libertad de que todo lo que yo necesito, lo tengo, y que el resultado es óptimo para mí. La libertad de los resultados.

Jon: Lo que ocurre es que, en todo este camino, me voy quedando desde mi soledad máxima de poder en exclusiva, hasta darme cuenta de que los demás no me quieren como me gustaría, hasta después encontrarme con que mi conocimiento no es válido, no vale lo que opino, mi opinión no es la única sino que hay opiniones compartidas. Que, vale, me expreso, pero no consigo que el otro se mueva, no va detrás de mí. Hasta el punto máximo de que no tengo libertad cuando no he conseguido las cosas anteriores. Esta libertad está hipotecada por cualquiera de estas cosas.

Joaquina: Lo que ocurre es que cualquiera de estas cosas que nos falte o cualquiera de estas cosas en las que nos sentimos agredidos, inmediatamente estamos maniatados por el rencor. No tengo poder, porque me lo quitan, no tengo prestigio porque no me aceptan, mis conocimientos no son válidos porque el otro tiene la razón, no me puedo expresar porque me bloqueo. En realidad, no tengo libertad porque los demás no me dan la libertad, me poseen, no me dejan hacer lo que yo quiero. Pero tenemos que mirarlo desde el otro lado.  ¿A quién le quitamos nosotros el poder? ¿A quién no le damos nosotros el prestigio? ¿A quién no le damos nosotros la cualidad de que su conocimiento sea válido para nosotros? ¿Qué persona se expresa y no vamos tras ella? Porque, te guste o no, piensas que esto, tú tienes derecho a ello y, al otro, se lo concedes si quieres. Quieres recibir y, la mayoría del tiempo no das. Ahí se genera el primer espacio de conflicto. Si te planteas por un instante tu primera pregunta: ¿qué nos lleva a estar en el rencor o en la cruz o en el dolor, o en la culpa? Llegarás al convencimiento de que estás esperando algo de los demás que tú ni siquiera sabes cómo entregarle al otro. Cómo darle la libertad al otro para lo que el otro necesita, cómo permitirle que sea libre. Lo único que al hombre le domina y le sitúa en una actitud de carencia es pensar que se merece las cosas y su compañero de filas no.

Nuestra conversación, y la discusión de la joven pareja, se termina cuando anuncian que es la hora de embarcar. Por delante 11 horas de vuelo y mucho que pensar.

«Si te queda el saco póntelo» (Dicho mexicano)

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