Acompaño a Joaquina, como muchos días, desde la puerta de su consulta a la puerta de su casa. Es un camino corto ya que literalmente vive a la vuelta de la esquina. Algunas veces, cuando el tiempo acompaña, nos sentamos en un banco y charlamos un rato.
Jon: Alguna vez has hablado de la bidireccionalidad de los sentimientos. Algo así como que yo condiciono mis sentimientos a los tuyos. Que si tu no me amas, yo no te voy a amar a ti, no vaya a ser que no exista esa bidireccionalidad. ¿Qué nos hace no ser libres para sentir, independientemente de lo que sienta el otro?.
Joaquina: No me hagas preguntas que te puedes contestar tú. ¿Qué te hace no ser libre para expresar tus sentimientos, independientemente de los del otro?
Jon: Pues, si lo supiera no te lo preguntaría. Me cuesta entender los sentimientos propios como para entenderlos en relación con otras personas.
Joaquina: Lo que realmente te va a hacer grandioso y único es entender la bidireccionalidad de los sentimientos. Que el sentimiento es tan libre para odiar como para amar. Que el amor que tú tienes no tiene que ser un amor condescendiente, ni tiene porqué ser un amor frío. Que si tú tienes la razón, al lado hay otra razón tan libre como la tuya. Que si tú tienes dolor, al lado hay otro dolor tan increíble o máximo como el tuyo. En la medida en la que piensas que tu dolor es el máximo, que tu capacidad es la máxima y que lo que te mereces el otro no se lo merece, es imposible hacer una vida o tener una vida de iguales. Y si no es una vida de iguales, es una vida que tiene demasiados errores y demasiadas vinculaciones no posibles.
Jon: Si, ese amor incondicional e independiente respecto a lo que piensa el otro es muy difícil. Quizá no en sentirlo, pero sí en expresarlo. En plan: “lo siento dentro pero no te lo digo para por si acaso no me siento correspondido”. ¿Tú lo has vivido alguna vez?.
Joaquina: Mira, yo me pongo de rodillas delante de todas las personas que acuden a mis cursos y les digo que las amo profundamente, pero eso no vincula en ningún momento la posibilidad de que ellos me amen a mí. Solamente amo lo que yo siento. Y eso que yo siento, me vincula a mí con lo que yo siento, no les vincula a ellos con mi sentimiento. A ellos les tiene que dar total libertad lo que yo siento. A mí me tiene que permitir que ellos sean totalmente libres con lo que sienten, porque si no hay esa libertad alguien hipoteca el camino. Y esa hipoteca es la que está anulando toda nuestra existencia. Si no hay libertad para sentir, porque si siento y tú no sientes me odio, no hay libertad para amar. Mis sentimientos no hipotecan a nadie en mis sentimientos. Mi amor no hipoteca a nadie en mi amor. Mi camino no hipoteca a nadie en mi camino. Porque si yo hipoteco al otro en mi camino, lo que estoy diciendo es que existe un solo camino, el mío, y el del otro no existe. Y si el camino del otro no existe, es que he cortado el circuito del camino, porque me he convertido en un ser en solitario.
Jon: Esto nos lleva a que en realidad todos somos iguales, todos somos uno. Nos lleva entonces a hablar de Dios.
Joaquina: No sé si existe Dios, porque en los peores momentos de mi vida, cuando busco más allá de mí, siempre hay algo que me hace buscar más, por lo tanto, a ese más, lo llamo Búsqueda. Pero es la única acepción que se puede permitir de ser único, ese Dios, del que se habla, o esa Búsqueda de la que se habla, o ese punto inexplorado al que se quiere llegar. Los demás, somos iguales y estamos aquí. Como yo todavía no me he enamorado de ningún Dios, ni he querido a ningún Dios que esté en mi misma corporalidad, el planteamiento es que en la medida en que nos sentimos dioses para dar y al otro le convertimos en vasallo para dar…
Jon: Es decir: “yo doy lo que yo quiero y tú das lo que yo te pido”.
Joaquina: Si, hay algo que no está correcto, hay algo que hay que analizar si queremos romper los lazos del rencor, del dolor, de la miseria, del abandono, de sentirnos todo el rato marginados por un concepto que es “lo que yo hago y lo que yo digo es perfecto, y lo que tú dices y tú haces está hipotecado por mi perfección”.
Jon: Aquello de: “si yo lo veo perfecto, es perfecto y si lo veo imperfecto, es imperfecto”.
Joaquina: Independientemente de lo que nos haya enseñado la religión católica, independientemente de quién nos lo haya enseñado, la única verdad que existe es que todos somos iguales, con la misma capacidad de dar y de recibir y con la misma capacidad de ser culpables o no ser culpables.
Jon: Es complejo. Es difícil aceptar el sentimiento de que todos somos iguales. Y me refiero a aceptarlo dentro, intelectualmente es muy fácil. Pero sentirlo de verdad se me hace mucho más difícil. Por otro lado si me considero único, estoy solo, no hay nadie que me pueda amar.
Joaquina: Se supone que si somos únicos, entonces somos dioses, y por lo tanto seríamos la encarnación del amor. En consecuencia no estaríamos esperando amor, porque somos amor. Vamos a seguir planteándonos esta divinidad que tenemos tan extraña. Si somos dioses, ¿por qué no tenemos el amor supremo, sino que esperamos que nos amen «supremamente»?.
Jon: Tenemos que ver entonces qué tipo de entramado hemos decidido hacer con nuestras creencias para llegar a un punto donde estamos prisioneros.
Joaquina: Tenemos que romper ese entramado entendiendo de dónde viene. ¿Por qué hemos decidido la divinidad por encima de la sabiduría? ¿Por qué no hemos decidido que nuestro maestro era sabio, simplemente?¿Qué beneficio tenía el decir que era Dios? Que nosotros somos únicos, somos indiscutibles, somos la panacea del bien y el mal, los únicos que existen. Ahora imagínate que el legado es de sabiduría, que el legado es: “ama al prójimo como a ti mismo, y no hay nada más”. El concepto cambia totalmente. Si yo voy a este concepto, en el ti mismo eres amor y el otro es amor. Es imposible que una persona no se ame a sí misma. Quien piense que nos se ama más a sí mismo que a los demás, está en el primer sacrilegio del entendimiento humano. Lo fácil que es cortarle la pierna al amigo cuando está mal, pero lo difícil que es cortarte la tuya.
Jon: ¿Entonces somos amor, o no somos amor?
Joaquina: Nosotros somos amor, indiscutiblemente, a nosotros mismos, indiscutiblemente. Luego podremos tener problemas de cómo nos tratamos, que podemos tener complejos de inferioridad, etc. Pero que el amor que nos tenemos a nosotros mismos está por encima del amor a cualquier persona, es una realidad incuestionable.
Jon: “Ama como a ti mismo”, es entonces igual a amor + amor, y no hay que cuestionase más.
Joaquina: Tienes muchos problemas, no tienes ni idea, eres bastante erudito, te cuesta entender que 2 y 2 son 4, pero mirar lo que te amas y pasárselo al otro no tiene que costarte nada, no es ningún logaritmo, no tienes que ser ni socrático, ni presocrático, ni aristotélico, no tienes que hacer nada, simplemente ponerte en disposición de ver cómo te amas y pasárselo al otro. Es decir, que si yo voy a cogerte el brazo y te voy a trabajar tu muñeca, y antes veo el movimiento que voy a hacer para saber lo que duele en la mía, casi seguro que cuando toco la tuya tengo claro hasta dónde puedo llegar sin que haya dolor y voy a ser muy cuidadosa. Pero si se me olvida mi muñeca, cojo la tuya y soy más brusca. Pero, de pronto, se me olvida y te digo que me arregles mi muñeca. Y si no lo haces bien te grito: “no seas bruto”. ¿Qué pasó ahí? En el momento en que tú eres consciente todo el tiempo del amor que te tienes a ti mismo, eres incapaz de hacerle algo al otro que no sea con amor. Pero tienes que ser consciente del amor a ti mismo, no jugar al juego de que no te amas, que esa es la mayor barbarie de lo que hacemos.
Jon: ¿Qué pasa entonces con los complejos de inferioridad?
Joaquina: Todos pensamos que tenemos complejos de inferioridad, que no nos valoramos lo suficiente… hasta que llega el otro y se equivoca. El otro sabe menos que tú, siempre. ¿Por qué hemos decidido, cuando estamos en pareja, vivir en la cruz y no vivir el amor?. “Te amo como a mí misma, te doy la libertad para amarme y no amarme como me la doy a mí misma para amarte y no amarte”. Ése sería el matrimonio.
Jon: En la ceremonia del matrimonio repetimos: “¿quieres como legítima esposa a … para acompañarla en las alegrías y en las tristezas… hasta que la muerte os separe?”
Joaquina: Qué bonito sería decir: “Te amo para que tú seas libre de amarme o de no amarme, de darme o de no darme, de entregarte o no entregarte, este amor sólo nos vincula a tu absoluta libertad que es la misma que yo quiero tener en este amor”. ¿A que suena diferente?. No es eso de “me amarás hasta el día en que te mueras, me amarás haga yo lo que haga, me amarás con el hambre, con todo lo que nos pase”. Ese no es el amor que estamos esperando, y eso no quiere decir que estemos planteándonos separarnos, eso quiere decir, simplemente, que le das a la persona la libertad absoluta de que viva aquello que necesita mientras está contigo, en total libertad.
Cuando te encuentras con una persona, sea quien fuere, tu amor, que no está fuera, no es que ames a la persona, sino que es tu amor proyectado fuera con la capacidad de permear al otro. La capacidad de que el otro haga lo que quiera en cada momento, sin que tenga que justificarse ante ti. Ése sería el amor infinito, porque tiene que estar libre de miedo, tiene que estar libre de no aceptación, tiene que estar libre de dogmatismo. Pero jugar al juego de pensar que el otro te hace lo que tú le estás haciendo a él. Jugar al hecho de que el otro decida que su vida es mucho mejor sin ti, o jugar al hecho de que el otro no trabaje y te deje toda la carga de trabajo a ti, juega a lo que estás haciendo y te darás cuenta de que es insoportable. Y ése es el punto donde tienes que ver que lo que es insoportable para ti es exactamente igual de insoportable para el otro. Con esta necesidad de ser únicos, nos encontramos aislados de ese amor.
Nos levantamos y caminamos los pocos metros que nos separan de Martínez Campos 51. Nos despedimos hasta el día siguiente y, con las manos en los bolsillos, me dirijo calle arriba hasta mi casa.